Horacio J. de la Cámara por Roberto Cánepa Leiva: El maestro de escritores describe al poeta "hacedor de milagros"

 

"Los muchos Horacio que habitaron las horas amistosas y escucharon la gracia saltarina de su voz españolada, mezcla de arrebatos andaluces y taitas presumidos, no nos han dejado. Pueblan las oscuras calles suburbanas de Junín, los iluminados salones del centro, las amenas tertulias del verso y la música, los aniversarios de la Madre Patria la derrota del moro en Covadonga. Ahí están los Horacios de la Cámara, intactos, infinitos". Así lo describía el director del Taller Literario de Junín en un artículo publicado al cumplirse diez años de su fallecimiento.


El martes 13 de diciembre de 1960 falleció el poeta y protagonista de la cultura juninense Horacio J. de la Cámara. Diez años después de su fallecimiento, en noviembre de 1970, en la edición 24 de la revista Historia de Junín, dirigida por el historiador juninense Roberto Carlos Dimarco, el escritor juninense Roberto Cánepa Leiva en un artículo titulado Horacio de la Cámara, el hacedor de milagros, el director del mítico Taller Literario de Junín que creó el 9 de mayo de 1978 y continuó hasta la actualidad (2024), se refiere a la personalidad y figura del poeta juninense.

El texto de la nota es el siguiente:

"Recientemente expresé en un encuentro con poetas, que un raro destino me persigue: el habitualmente tener que referirme acerca de Horacio de la Cámara, hoy me toca escribir respecto de él. No es tarea fácil y hasta la gratitud misma se conduele cuando debemos hablar de quien ya no está más. Aunque este no estar apenas si roza lo físico pues su permanencia espiritual es altamente superior y valedera.

Pienso que la vida de de la Cámara reconoce una serie de floraciones que van más alla y hacen de él un laberinto en el que si no tomamos el rumbo correcto podemos perder lo y no recuperarlo. Pero él fue uno y varios y todos. Sus variadas personalidades afirmó que alguna vez han de ser motivo (lo mismo que sus libros) de serio análisis y comprensión. Los muchos Horacio que habitaron las horas amistosas y escucharon la gracia saltarina de su voz españolada, mezcla de arrebatos andaluces y taitas presumidos, no nos han dejado. Pueblan las oscuras calles suburbanas de Junín, los iluminados salones del centro, las amenas tertulias del verso y la música, los aniversarios de la Madre Patria la derrota del moro en Covadonga. Ahí están los Horacios de la Cámara, intactos, infinitos.

Se afirma que una sola palabra justifica la eternidad. También (con cuanta mayor probabilidad) que un libro decide el cielo en el que nos ha de tocar vivir para siempre (la poesía Persa defiende que sean siete los cielos). Horacio, como cualquier auténtico poeta, intuía lo gravoso de aquellos ocultismos y la fina sabiduría de los Mitos. Lo que no supo (lo que creo se negó a saber) fue el conocer las rutas que aquellos conducían. Y entonces se quedó averiguándolo aquí, entre sus amigos, sus libros, su familia, sus alumnos, y acaso también entre la vastedad de los alcoholes nocturnos. Uno de los milagros, el esencial, ya estaba fundado con él y después de él: su supervivencia.


Pero ha sucedido algo desde la desaparición de de la Cámara. Y este algo es haberlo considerado con el correr del tiempo en cosa apropiable. Aquí no trató de la apropiación estética y valorativa del artista sino de aquellas otra que supone equivocadamente sentirnos dueños de instancias o hechos muy pocas veces cercanas al acto creador. Es común referirse a él desde estas orillas, sin penetrar ni intentar hacerlo hacia las profundidades del escritor y del poeta y hasta del pensador, que también lo fue.

 Podemos estar o no de acuerdo en un montón de cosas del hombre de la Cámara y compartir o no los fuegos interiores que lo acuciaron, pero no podemos ignorar a quien como él, con su trabajo fecundo y auténtico, honrara las letras bonaerense y desde éstas al país entero, como bien lo señalara Susana Esther Soba, la fogosa poetisa de Saladillo y "alumna" crecida de Horacio.

Libros suyos como "Texto del Angel" (edición española) y "Croquis para un estudio del Renacimiento" (edición Castellví, de Santa Fe) son pilares muy serios como para que cometamos la torpeza de arrinconarnos en el descuido. La crítica bibliográfica más elevada del país y la Facultad del Litoral respecto del segundo libro mencionado, manifestó la importancia literaria del autor, honrado además editorialmente.



Mención aparte merece otra obra suya. Nos referimos al ensayo titulado "Crítica y Valoración a las coplas de Jorge Manrique a muerte de su padre", epígrafe extenso que bautiza a mi entender la obra más enjundiosa y meditada del escritor recordado. La Institución Mitre de Buenos Aires premió este ensayo con el premio "Angel Gallardo", medalla de oro y recomendación de su publicación, y que fuera compartido con Elsa Wiedemann. Luego Horacio siguió el rumbo de los estudios jurídicos graduándose de Escribano, en Buenos Aires, aunque también vivió en La Plata y recuerdo que solía contarme acerca de su permanencia en ésta afirmando haber ocupa- do el segundo piso del edificio situado en esquina de 7 y 51, en cuya planta baja funcionó y aún funciona el café y bar "Parlamento" verdadero congreso donde "diputados y senadores" burreros, universitarios, quinieleros galanes de ocasión y otros tipos, acentúan el carácter de una esquina céntrica con alma de arrabal (algo muy parecido a nuestro "Mandarines"). Otra pluma más sabedora podrá referirse a esta ochava que quiso ser orillera o acaso española y se quedó en "café a la crema".

Quien le supo acompañar primero (como lo hízo siempre y desde el alma hasta su muerte) y exigir después fue su hermano Maximiliano, mosquetero de la vida y guía sabiondo, parejo y ocurrente. Era su crítico mortal para la poesía de Horacio. Escribía éste un verso y aquel, según como acomodara el pucho casi insolente en sus labios finos y sonrientes bajo el bigote ralo, indicaba si servía o no, aseguro que rara vez se equivocaba. Yo me acuerdo y no con poca nostalgia de las muchas sobremesas que juntos compartimos en el domicilio de Julio A. Roca (actual Benito de Miguel). Apenas distancia que caminaba anticipando desde mi otro Roca (Ataliva) la tertulia vivaz, el último verso, la prosa punzante o el cuento más increíble, mientras la querida Pachola Melián, esposa de Horacio, nos miraba con la silenciosa complicidad del que calla pero no otorga. Cuántas cosas nos han dejado... Hoy son retazos de otras vidas, como si aquellas palabras jamás hubieran sido dichas, como si aquellos rostros fueran la memoria de otros rostros y nosotros los borrosos memorantes de ceremonias perdidas. Y hubo otro milagro. Y vinieron más como vienen las uvas en el verano, madurando en soles altos y vitales. Horacio los intuía más allá del mar, en una España que más que un nombre era un poco recuperar la sangre de sus mayores, de Marañón (su amigo), Lorca, Xirgú, la de todas las sangres castellanas antiguas y modernas. El Fondo Nacional de las Artes tendió sus manos favorecedoras y de la Cámara aceleró los preparativos de su viaje que ya venía viajando desde siempre. Sería una de las últimas cosas buenas que tendría, pues su organismo minado se empeñaba en desaforarle las ilusiones.

Escribo y siento que los hitos me son discontinuos. Seguir al amigo, maestro, al hombre, es tropezar a cada rato con memorias emparentadas con otros nombres y otras geografías. Vuelvo a sentir los viajes junto a él, las conferencias en el Círculo de Periodistas de La Plata, con Dora Baldovinos (la del cantar, guitarra y empanadas), Horacio Nuñez West, Ana Emilia Lahitte y otros. En Chivilcoy, lugar donde una tardecita de carnaval la gente ignoró los juegos, el feriado y las probables distracciones para volcarse en mágica comunión de interés y amistad y escucharlo. En Buenos Aires, ocupando con seguridad y simpatía la tribuna exigente de la Sociedad Argentina de Escritores, a la que pertenecía y sentía como suya. Noche en la que Carlos Alberto Erro -entonces presidente-no se cansaba de preguntar acerca del "escritor juninero", aunque tal por adopción de tiempo y sanguinidad, pues había nacido en la vecina ciudad de 9 de Julio el 22 de setiembre de 1908.

Y siento también la necesidad de recuperar lo, de alguna manera, de las injusticias sordas y taimadas que sufrió, no por el mero hecho negativo, sucio y ramplón sino porque las sufrió en lo que tanto quería y cuidaba: su Docencia. Que era su decencia. Lástima que la reivindicación oficial llegara tan a destiempo... Aunque es importante pensar que las reivindicaciones oficiales son menos importantes que la verdadera decencia. No escribo estas líneas con ánimo polémico. Nunca he sido un escritor de violencias pero el directo conocimiento de los hechos me autorizan estas palabras y otras muchas, que silencio.

Volviendo a sus libros. Bastos títulos con- forman el mundo estético de de la Cámara. Sumamos a los mencionados: "El recóndito mapa de la rosa", "Canto al General San Martín", "Aportaciones para una gramática española" (inédito) y "Biografía de la palabra tú", libro póstumo. Además, en otro orden de cosas, Horacio era un portentoso escritor de cartas. Solía hacerlas extensas y maravillosamente graciosas; esta cualidad en él era además, pareja para todo.

Otro satisfacción que hubiese gozado fue la de su incorporación como Académico de Número de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, Málaga. La carta fechada el día 5 de julio de 1960 llegó después de una espera inexplicable poco después de su muerte. Hoy es un mudo reconocimiento que la viuda deja estar en las paredes del escritorio, como deja estar otros muchos recuerdos que son parcelas más duraderas que los retazo s de vida que representan.

Horacio de la Cámara aquilató condiciones variadas y excelentes, pero una en especial, lo autentica de cuerpo entero: la de ser escritor. Por si los testimonios prácticos y humanos fueran endebles para definirlo como tal me bastará invocar las jornadas del Tercer Congreso Argentino de Escritores, realiza do en Mendoza. Tuve el honor de haber sido invitado a él y junto a Horacio, en calidad de oyente. En aquella ciudad observé, no con cierta ironía, que lo más grande de las letras argentinas respetaban en de la Cámara lo que aquí, para muchos, era solo motivo de una bohemia más o menos bien llevada..

Guardo entre mis papeles uno que me enviara Horacio desde Piryapolis (Uruguay) con motivo de las IV Jornadas Internacionales de Poesía, tradicional encuentro de poetas rioplatenses siempre organizados por el excelente Ortiz Saralegui. Es un poema dedicado a varios amigos y que de la Cámara grabara para el SODRE. Así se movió él, así anduvo los caminos diversos que conducen a la poesía y a los poetas. A todos les brindó sus manos. A todos les dio algo de sí mismo. Pero puedo afirmar que nada pidió en cambio. Y entonces, una frase de Pachola cobra la lúcida realidad del espanto Horacio murió de angustia y de pobreza. Pero para siempre quedaron sus infinitas palabras milagreras, sus elevados poemas, discursos, charlas, alumnos, amigos, hijos y "Asterisco", pródiga conjunción que fundara con otros poetas y artistas que como él creyeron en la belleza de la vida y en el Hombre.

Una tarde de diciembre de 1960 (menos de un año atrás había vuelto de España Horacio y seis meses hacía solamente del fallecimiento de Maximiliano) caminando junto a Liler Juan Bernasconi por la Avenida San Martín bajo un cielo plomizo y las espejeantes huellas de la lluvia reciente, nos encontramos con Oscar Luis Venini. No he podido olvidar aquellas, sus palabras, cuando nos dijo: Vayan a la casa de Horacio, se está muriendo. Por primera vez escuchaba de sus labios el "Horacio" reemplazando al íntimo "Pocho". Y por primera vez vi agonizar a un hombre en horas lentas y agobiantes hasta traer la noche. la última.

Con la desaparición de Horacio de la Cámara el día 13 de diciembre de 1960 apareció el mito, el recuerdo muchas veces moneda de trueque, desgraciadamente. Y también el último milagro. El de que todos, de alguna manera, nos hemos encargado de ir quitando los delicados velos conque Horacio envolvió su corazón y su verdad. Amó a la vida como a sí mismo, a sus amigos, hijos, esposa, libros, a todos. Pero murió sin que sepamos todavía, quien fue realmente. Debemos quitar los últimos velos y conocer su mundo.



(Fuente: Revista Historia de Junín, Número 24, Año 2, noviembre de 1970)































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