Vestigios del Fuerte en el Centenario: Canto a Junín
En el Album del Centenario de Junín, el poeta juninense José Mayo (Ver su trayectoria) publicaba este Canto a Junín
Para entonarle un himno a tu siglo brillante,
quiero Junín, lo bello de la verdad triunfante
contemplar, y en las alas de mis blancos anhelos
llevarlo hasta la cumbre de los más altos cielos.
Canto, pues, con el ansia de mi ardor infinito,
a la justicia nueva que ha derribado el mito
del terror, dios nocturno cuyas hambrientas aras
borraron la excelencia de mil frentes preclaras.
Canto al vigor que es vida, y al ansia que es potencia,
y al ideal que es nervio creador y es esencia
para los corazones, redención y bautismo
con que ha logrado el hombre superarse a sí mismo.
Canto al beso fecundo y a la inquietud del alma
que se azota y desdeña la enmohecida calma;
al silencioso grito del que al cielo interroga
y lleva puesta al cuello la retorcida soga
del dolor; humeante cordón de melinita
que, al pretender dar muerte, levanta y resucita,
y en la yerta esperanza pone, como una flecha,
la aspiración del alma firmemente derecha.
Canto al bien y al trabajo, y al amor, y al deseo;
al arrojo atrevido del audaz Prometeo;
a la resplandeciente marcialidad de Aquiles,
que se levanta, heroico, contra los pechos viles,
llevando en el acero de su inflexible lanza
los gloriosos prestigios de una justa venganza.
Canto al alma doliente y al corazón que sueña;
al que, al sentirse libre, la adulación desdeña
y goza con la oferta que el modesto trabajo,
sin protección de arriba, le brinda desde abajo.
Canto a la fe del mártir y al sacrificio loco
del héroe; a la modestia que se ha bañado un poco
en las revueltas aguas del Jordán de la vida
mezcla de agua de rosas y de lava encendida.
Canto al perseverante y abnegado varón
que expone a dura prueba su viril corazón,
y, en sostenida marcha, contra toda inclemencia,
lanza su vivo aliento, que es grito, y es potencia,
y es luz, y es esperanza; porvenir de los ojos
que limpia el horizonte de los vapores rojos,
y abre junto a la vida las rutas esplendentes
que amansan los destinos y dan brillo a las frentes.
Canto a la mano casta, la mano femenina
que aún conserva en sus dedos la claridad pristina
del recato glorioso; filtro para el amor
que emborracha el sentido más que el vino mejor.
Alma, luz, sentimiento, frescura inmaculada,
mujer, que sin saberlo ya está predestinada
desde todos los tiempos, desde lo más remoto
a ser para los hombres el potencial ignoto:
genio, palanca, numen, secular fortaleza
conque labran los héroes su brillante grandeza.
Canto al brazo que agita la mordedora sierra
y a la mano que sabe pulverizar la tierra;
al de las abrasadas gargantas de Vulcano,
cantarín de las fraguas, honra oscura, artesano
que sobre el recio yunque fabricó la herramienta
que cinceló la estatua que el escultor presenta.
A todo el que se afana, al que sufre y medita,
y al que, moviendo escombros, resucita
y forma en las cenizas de su inquietud pasada
la fuerza creadora de una nueva alborada.
Canto al oro que cuesta, no al caudal heredado;
no al caduco abolengo, si al blasón bien ganado;
a la que sueña y lucha juventud denodada,
no a la torpe y realista juventud depravada.
Vale más un intento, vale más una idea
que mil fáciles besos de procaz Citerea
Vale más el tugurio de un humilde hortelano,
que al alcázar soberbio de quien no sembró un grano;
porque aquel es la piedra blanca del sacrificio,
y este el ara fastuosa de la impiedad y el vicio.
Canto al riel y a la industria que hasta el cielo levantan
Sus saetas de incendio que las hambres quebrantan;
al cerebro y al músculo que el porvenir bifurcan;
a las ondas herzianas, raudas alas que surcan
lo mismo las oscuras entrañas de la tierra
que los anchos océanos y las nevadas sierras;
a la magia nerviosa del veloz aeroplano
para quien el principio de Newton siempre es vano;
al renovado impulso de la locomotora
que fue sobre los siglos mediodía y aurora
glorioso arco de triunfo, puerta del gran suceso,
que abrióse a los gallardos soldados del progreso.
Canto ¡oh Junín! que tienes fresca tez campesina,
a todo el que se afana por evitar tu ruina:
al obrero que suda para ganar su pan
y al artista, cerebro convertido en volcán;
al rudo chacarero que hace estallar en partos
la tierra, y deja todos los estómagos hartos
a la no calculada caridad de los buenos
que alivia cuanto puede los dolores ajenos;
al comerciante honesto y a quien logró fortuna
porque pasó las horas luchando, una por una;
a todo el que procura dignificar tu nombre,
desde el joven imberbe hasta aquel que ya es hombre;
desde la niña hermosa que en el bien se ejercita,
hasta la honrada madre que el hogar acredita.
Ojalá que en el curso de tus futuros años
puedas alzarte, (limpia de falaces engaños)
libre como las rachas de tu viento pampero;
sana como los frutos de tu rico granero;
sin temor al destino, sin pesadumbres hondas
y emboscada entre lauros y lujuriosas frondas.
Solo es digna de encomio, solo el mérito elcanza
la riqueza que es fruto de la heroica pujanza,
y arca del gran tesos que se abrió a las fatigas
de las callosas manos que han desgranado espigas.
Lucha, mueve tu brazo, levanta tu estandarte,
y marcha como el héroe que mira al cielo...y parte
llevando en las entrañas noble afán de conquista,
y, al frente de un gran lucero que le sorbe la vista.
No des lecho al desmayo. Ve adelante. Respira.
Mira al sol, que no duerme, cuán magnífico gira.
Cuan airoso derrama sus penetrantes rayos,
lo mismo en los diciembres que en los brumosos mayos.
Tienes anochos veneros de terrones feraces
que te dan rojos trigos en apretados haces.
Laboriosa colmena son tus amplios talleres
donde lucha un ejército de infatigables seres,
incansables hormigas que, al prevenir su invierno,
tapan las negras bocas del terrenal infierno.
Escuelas y colegios te dan sus permanentes
luces, claras antorchas, proféticas simientes
que, abriendo los misterios de las rutas futuras,
convierten pensamientos en cosechas maduras.
Todo, en fin, te sonríe, todo te da su mano.
No desfallezcas, sigue. Mira que nunca es vano
el esfuerzo, la lucha que la grave existencia
impuso a todo hombre como ley de conciencia.
Trabaja y ama mucho; que al fin de la jornada,
queda ese gran consuelo...Lo demás ya es nada.
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