(Télam, por Juan Maya *).- El dorreguismo nace como una tendencia del sector federal-liberal de los ganaderos bonaerenses frente al caos originado por la política de Bernardino Rivadavia.
El movimiento encabezado por el coronel Manuel Dorrego, destacado oficial de las guerras de la independencia, se convirtió en el representante del federalismo bonaerense.
Tras la caída vergonzosa del partido rivadaviano, consecuencia de la creación de la Banda Oriental como “Estado Independiente” -un triunfo de la conspiración británica en el Río de la Plata-, los ganaderos se persuadieron que era imprescindible cambiar la política de Buenos Aires.
Se disolvió el Congreso, se consideró caducada la presidencia, y se llamó a elecciones para una nueva legislatura porteña. Ésta nombró gobernador a Dorrego en agosto de 1827. En ese momento, que parecía ser el de su absoluto encumbramiento, se le ofreció el grado de general. Dorrego declinó a tal honor explicando que sólo lo aceptaría cuando se considerara digno de tal grado, es decir, cuando lo ganara en el campo de batalla. Dorrego fue un militar altivo, desenfadado, imaginativo, un cabal argentino del Buenos Aires de su tiempo.
Su gobierno trató de ser federal, inició tímidos pasos para dar al país una organización federal. Estaba en condiciones de llegar a un entendimiento con los caudillos del interior. El interior confiaba en su gestión, los gobiernos provinciales ya lo consideraban un amigo de las provincias.
Dorrego también contaba con el apoyo de las peonadas, gauchos, artesanos y los sectores populares de la población porteña y bonaerenses de entonces.
Sin embargo, los intereses de Buenos Aires eran tan poderosos y tan obsesivo su localismo portuario, que nadie en esa ciudad de 1828 se habría atrevido a defender una política nacional como la exigida por las provincias. Dorrego fue la suprema expresión de una tendencia que buscaba el acuerdo, de ahí la cólera de los ingleses y los rivadavianos que enfrentaron su política frente a la indiferencia de los ganaderos.
Ingleses y unitarios contra Dorrego
El principal problema de Dorrego era resolver la guerra con el Brasil para evitar que la Banda Oriental fuera incorporada al imperio brasileño. Mientras tanto, la diplomacia inglesa ya se había lanzado al asalto. Los antecedentes de Dorrego intranquilizaban al Foreing Office. Lord Ponsonby escribía: “Mi propósito es conseguir medios de impugnar al coronel Dorrego, si llega a la temeridad de insistir sobre la continuación de la guerra después de tener a su alcance los justos medios para hacer la paz”
(Abelardo Ramos, Las Masas Y Las Lanzas, 6ª edición. Editorial Plus Ultra).
“El mismo Ponsonby escribe a Canning más tarde: “Me parece que Dorrego será desposeído de su puesto y poder muy pronto. Sus amigos personales comienzan a abandonarlo. El partido opuesto a él parece esperar sólo noticias de Córdoba para proceder contra él”
(Abelardo Ramos, obra citada).
El 1º de diciembre de 1828 llegaba a Buenos Aires una división del ejército de la campaña del Brasil, al mando del
general Juan Lavalle. Era Lavalle un bravo de palabra fácil, “cabeza alocada”, según San Martín, un soldado embriagado de coraje, su arrojo era tan legendario como su falta de equilibrio intelectual. No fue difícil al núcleo pituco de los rivadavianos seducir es espíritu fogoso del general porteño. Prontamente lo convencieron de que los horrores y la culpa de la anarquía era responsabilidad de Dorrego, para ellos un demagogo amigo de la chusma que tendía su mano a la montonera bárbara. Lavalle no necesitó más, con sus veteranos volteó al gobernador de la provincia, lo persiguió en los campos de Navarro y lo hizo prisionero.
Sin perder un minuto, la secta rivadaviana instigó epistolarmente a Lavalle para que ejecutara a Dorrego. Perturbado y
arrastrado por una oscura fatalidad, Lavalle decide fusilar “por su orden” al gobernador. Lavalle afronta solo el juicio de la historia, sin embargo en nuestros días se podría decir que los autores intelectuales fueron los unitarios de Rivadavia. Lavalle confesaría en 1839, ante un grupo de oficiales toda la verdad: “Los hombres de casaca negra, ellos, ellos, con sus luces y su experiencia, me precipitaron en ese camino, haciéndome entender que la anarquía que devoraba a la gran República presa del caudillaje bárbaro, era obra exclusiva de Dorrego. Más tarde, cuando vario mi fortuna, se encogieron de hombros…” (Angel Justiniano Carranza, Lavalle ante la justicia póstuma, p. 59, Bs. As, 1941). La terrible
decisión de Lavalle, lejos de consolidar el partido unitario, lo manchó de sangre.
El movimiento encabezado por el coronel Manuel Dorrego, destacado oficial de las guerras de la independencia, se convirtió en el representante del federalismo bonaerense.
Tras la caída vergonzosa del partido rivadaviano, consecuencia de la creación de la Banda Oriental como “Estado Independiente” -un triunfo de la conspiración británica en el Río de la Plata-, los ganaderos se persuadieron que era imprescindible cambiar la política de Buenos Aires.
Se disolvió el Congreso, se consideró caducada la presidencia, y se llamó a elecciones para una nueva legislatura porteña. Ésta nombró gobernador a Dorrego en agosto de 1827. En ese momento, que parecía ser el de su absoluto encumbramiento, se le ofreció el grado de general. Dorrego declinó a tal honor explicando que sólo lo aceptaría cuando se considerara digno de tal grado, es decir, cuando lo ganara en el campo de batalla. Dorrego fue un militar altivo, desenfadado, imaginativo, un cabal argentino del Buenos Aires de su tiempo.
Su gobierno trató de ser federal, inició tímidos pasos para dar al país una organización federal. Estaba en condiciones de llegar a un entendimiento con los caudillos del interior. El interior confiaba en su gestión, los gobiernos provinciales ya lo consideraban un amigo de las provincias.
Dorrego también contaba con el apoyo de las peonadas, gauchos, artesanos y los sectores populares de la población porteña y bonaerenses de entonces.
Sin embargo, los intereses de Buenos Aires eran tan poderosos y tan obsesivo su localismo portuario, que nadie en esa ciudad de 1828 se habría atrevido a defender una política nacional como la exigida por las provincias. Dorrego fue la suprema expresión de una tendencia que buscaba el acuerdo, de ahí la cólera de los ingleses y los rivadavianos que enfrentaron su política frente a la indiferencia de los ganaderos.
Ingleses y unitarios contra Dorrego
El principal problema de Dorrego era resolver la guerra con el Brasil para evitar que la Banda Oriental fuera incorporada al imperio brasileño. Mientras tanto, la diplomacia inglesa ya se había lanzado al asalto. Los antecedentes de Dorrego intranquilizaban al Foreing Office. Lord Ponsonby escribía: “Mi propósito es conseguir medios de impugnar al coronel Dorrego, si llega a la temeridad de insistir sobre la continuación de la guerra después de tener a su alcance los justos medios para hacer la paz”
(Abelardo Ramos, Las Masas Y Las Lanzas, 6ª edición. Editorial Plus Ultra).
“El mismo Ponsonby escribe a Canning más tarde: “Me parece que Dorrego será desposeído de su puesto y poder muy pronto. Sus amigos personales comienzan a abandonarlo. El partido opuesto a él parece esperar sólo noticias de Córdoba para proceder contra él”
(Abelardo Ramos, obra citada).
El 1º de diciembre de 1828 llegaba a Buenos Aires una división del ejército de la campaña del Brasil, al mando del
general Juan Lavalle. Era Lavalle un bravo de palabra fácil, “cabeza alocada”, según San Martín, un soldado embriagado de coraje, su arrojo era tan legendario como su falta de equilibrio intelectual. No fue difícil al núcleo pituco de los rivadavianos seducir es espíritu fogoso del general porteño. Prontamente lo convencieron de que los horrores y la culpa de la anarquía era responsabilidad de Dorrego, para ellos un demagogo amigo de la chusma que tendía su mano a la montonera bárbara. Lavalle no necesitó más, con sus veteranos volteó al gobernador de la provincia, lo persiguió en los campos de Navarro y lo hizo prisionero.
Sin perder un minuto, la secta rivadaviana instigó epistolarmente a Lavalle para que ejecutara a Dorrego. Perturbado y
arrastrado por una oscura fatalidad, Lavalle decide fusilar “por su orden” al gobernador. Lavalle afronta solo el juicio de la historia, sin embargo en nuestros días se podría decir que los autores intelectuales fueron los unitarios de Rivadavia. Lavalle confesaría en 1839, ante un grupo de oficiales toda la verdad: “Los hombres de casaca negra, ellos, ellos, con sus luces y su experiencia, me precipitaron en ese camino, haciéndome entender que la anarquía que devoraba a la gran República presa del caudillaje bárbaro, era obra exclusiva de Dorrego. Más tarde, cuando vario mi fortuna, se encogieron de hombros…” (Angel Justiniano Carranza, Lavalle ante la justicia póstuma, p. 59, Bs. As, 1941). La terrible
decisión de Lavalle, lejos de consolidar el partido unitario, lo manchó de sangre.
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