Malvinas y sus relatos treinta años después

Crónicas de juninenses que estuvieron en Malvinas (1982), publicadas treinta años después en2012

Miguel Martínez, protagonista de
una historia heroica y de desafíos

Miguel Martínez, al recibir su presente
en el acto efectuado en el mes
 de abril de 2012
 a 30 años de Malvinas


Miguel A. Martínez en el momento del conflicto estaba cumpliendo el servicio militar obligatorio en el Regimiento 7 de Infantería Mecanizada de La Plata  “Coronel Conde”, con el grado de cabo y con 22 años de edad participó como muchos de los jóvenes  en el denominado conflicto bélico del Atlántico sur.
Miguel estuvo en el frente, Moody brook el lugar exacto. Formó parte de la primera línea de  defensa convirtiéndose en protagonista de una historia en la cual su escenario era rudo en todas sus formas con un clima donde el sol era un privilegio, el frío y la humedad fueron convirtiéndose en los lugares comunes, allí donde nada crece sin volverse agresivo…  allí lucharon ellos.  Existió fuego cruzado, hambre, frío, compañeros que ya no están, actos heroicos…transformando el miedo en valor.
Las licenciadas Yamila I. F. Avagnina y Paola Tonellotto, quienes acompañan a los veteranos de guerra de nuestra ciudad a partir del compromiso asumido por el PAMI con quienes combatieron hace treinta años, reconstruyeron la participación de Miguel Martínez en el conflicto y así destacan que de esa guerra también participó “un joven que apenas habían dejado la infancia con una responsabilidad sobre sus hombros para ser defendida sin miramientos del como… con su vida…recién comenzada. Pero aun así Miguel afirma que si hubiera revancha él volvería…”.
Hoy Miguel dejó de ser el joven que era entonces, abrió caminos se confrontó con enormes dificultades pero esta vez no está solo, ni desprotegido, su familia lo respalda,  su esposa y sus hijos orgullosos de este hombre que más allá de la adversidad sigue luchando…. Será que los héroes los son por siempre.

Tomás Szumilo: “A la guerra la
pongo a la par de otros golpes”

Este ex combatiente de nuestra ciudad se suma a sus compañeros que narran en primera persona los duros momentos vividos en el conflicto del Atlántico Sur, treinta años después. 

 Tomás Szumilo y Laura 
Escudero. 
En agosto de 2010 se encontraron
 el ex combatiente y quien, en 1982, 
era una niña de las tantas 
que había enviado sus 
cartas al frente en las 
Islas Malvinas.


Tomás Szumilo al momento de ser convocado al Servicio Militar Obligatorio en el año 1980 estaba cursando el primer año de Medicina y fue incorporado en el Regimiento 7 de La Plata. Por sus estudios de medicina fue convocado al área de Sanidad.

Participación en el conflicto

Al desatarse la guerra fue movilizado su regimiento. “Todavía no sabíamos bien adonde íbamos –recuerda Szumilo- y  el preguntar dependía de la confianza que tuvieras con tus superiores. Nosotros hablábamos con algunos suboficiales de sanidad, pero ellos no sabían nada, o por lo menos nos dieron a entender eso. Creo que realmente no sabían. Es más, creo que ni el jefe del regimiento sabía. Ese fue mi primer viaje en avión. Me acuerdo de la imagen aérea de La Plata, ver las diagonales desde arriba. Fue muy impactante”.
“La preparación con la que llegábamos era una instrucción de un mes y medio, buena y bastante rigurosa porque el Regimiento era muy exigente en ese sentido. Estábamos en condiciones de manejar un arma y de los elementos básicos del combate. En mi caso, por mi experiencia en sanidad, tenía conocimientos de enfermería, más que nada de primeros auxilios”, señala.
Desde Río Gallegos donde arribó su unidad, fue llevado junto a sus compañeros de arma en avión hasta Malvinas.

El 1 de Mayo

“El 25 de abril se dio el ataque a las Georgias, que fueron recuperadas por los ingleses. Para ese momento dejamos de lado la idea de la solución por vía diplomática y pensamos que se venía el ataque”, señala en su relato, y agrega: “El 1 de mayo igualmente, fue inesperado. Era de madrugada cuando escuchamos los bombazos y el ruido de los aviones en picada. De lejos vimos el fuego. Así entramos en etapa belicosa. 
Los bombardeos eran navales. Los ingleses tenían sus fragatas, que nosotros nunca las vimos porque no teníamos acceso directo al mar. Lo hacían de noche, y hemos llegado a contar 150 bombazos por noche, en grupos de 10. Tiraban y sentíamos como temblaba la tierra y a qué distancia aproximada había impactado. Ahí aprendimos que cuando escuchamos la boca de salida y el zumbido-que es lo que te hace fruncir las vísceras- la bomba ya explotó porque el sonido llega con retardo. Uno tiene un temor enorme, piensa que se le viene encima… y ya pasó”.

Los días como soldado

“Los primeros días teníamos la esperanza de que no fuera a haber conflicto. El 1 de mayo lo sentimos como un aviso, un “Aquí estamos”. Habían venido, nosotros estábamos: íbamos a poder negociar.  Entretanto escuchábamos noticias porque algunos tenían radio.  Se escuchaban mucho radios uruguayas. Ellos eran imparciales”, sostiene.
“Se nos vino el mundo encima cuando desembarcan, porque hasta ese momento éramos los dueños y señores de las islas, aunque nos reventaran a bombazos y pasaran los aviones en picada, tiraran sus bombas y volvieran a subir. Todos estuvimos expuestos a los bombardeos aeronavales. Todos. No todos tuvieron contacto cuerpo a cuerpo y no todos fuimos prisioneros de entrada; porque al final sí fuimos todos”, agrega.

Las cartas

Destaca Szumilo: “Pero estando ahí, asumimos nuestro rol, nos conscientizamos; tratamos de mantener nuestro grupo cantando, recordando a nuestras familias, leyendo cartas. Recibí muchas cartas de mi familia, llegaban con mucho atraso, pero las recibía. Yo también mandé muchas; cuando podía me sentaba a escribir. Esa era otra actividad que teníamos cuando estábamos tranquilos, sin bombardeos. Cada carta que llegaba para cualquiera era una inyección de optimismo. Todas tenían el mismo contenido: “Los extrañamos”, “los queremos”, “los apoyamos”, etc. Nos levantaba mucho el ánimo. Hacías una unidad con los que estaban lejos, para una misma causa. Mirando todos estos aspectos, le encontrabas algún sentido a la situación, incluso a la muerte: Voy a morir defendiendo a mi patria. Punto”.
Recuerda además que “mi mamá me mandaba cartas día por medio casi, eran las que más me cautivaban porque con ella tenía un vínculo directo ¡un Edipo total! Era el primogénito y estaba en Las Malvinas. Ella sentía orgullo, pero también un dolor tremendo, yo lo notaba en sus cartas.  Y lo mismo me pasaba a mí. A todos nos  agarraba bajones, pero siempre tenía a alguien al lado que te levantaba el espíritu.
Recibí muchas cartas de mis primos, tíos; y también de vecinos del barrio y de chicos de la escuela donde había estudiado. Tuve muchas cartas de desconocidos. Yo contestaba todas las que podía. Tengo guardadas unas que no tenían un destino fijo, eran “A un soldado argentino”, las encontré tiradas en el Hospital de Puerto Argentino. Ahora que estuve ordenando, estoy tratando de contactar a los remitentes, pero son muchos años. Algunos ya no viven”.

Ser veterano hoy                 

Treinta años, sobre el momento que viven actualmente los ex combatientes, Szumilo dice: “En los últimos años comencé a juntarme con la gente del Centro de Veteranos de Junín, y en las reuniones surgieron muchos recuerdos. Busqué mis cosas, mis cartas, algunas fotos y recortes de diarios y empecé a armar un poco mi historia. Creo que es algo que hago más que nada para dejarle a mis hijos”.
“Pienso que el tema Malvinas, hoy, no tiene un peso duro en mi vida. Lo puedo tomar como una vivencia fuerte. Después me pasaron otras cosas en la vida que también me golpearon: que se haya muerto mi viejo a los dos años de Malvinas con 56 años para mi era algo inexplicable.  Por eso a la guerra la pongo a la par de otros golpes. Por ahí otro veterano tiene más arraigo a lo vivido y tiene cuestiones no resueltas. Malvinas hoy es un tema todavía no tomado en cuenta como merece. En el desfile del Bicentenario los Veteranos no fueron invitados a los festejos oficiales. Se pasó a Malvinas en la gráfica que se hizo en el Cabildo como un dato más, y fue un quiebre en la historia, un hecho que permitió volver a la democracia, nada más y nada menos”, sostiene.
“Así es la historia, los héroes se conocen después de años, cuando ya están muertos.  Por suerte nosotros estamos dejando bastante material para que puedan estudiar. La guerra de Malvinas fue un accidente en mi vida, no sé por qué me toco. Yo creo que en todos los países es igual: no te preguntan, te llevan”, concluyó en su testimonio.



Luis Oscar Sosa: “No podíamos decir
nada de lo que habíamos vivido”

El ex combatiente prestó servicio en la Marina, embarcado en el portaaviones “25 de Mayo”. Los duros días de la guerra, las dificultades del regreso y por conseguir trabajo. Su presente y su memoria de aquellos días.


Luis Oscar Sosa  en el momento del conflicto revistaba en el portaaviones A.R.A. “25 de Mayo”, habiendo sido incorporado en 1981 en la Marina. Su puesto de combate proveedor de cargador izquierdo en un montaje de la defensa aérea cañones de 40 mm.
El 31 de marzo de 1982 fueron informados del operativo militar para la recuperación de las islas Malvinas. “Todo se vivía normalmente –recuerda- hasta saber que la llegada de los ingleses era inminente. Todo empezó a cambiar comentarios, preocupación, estado anímico, pero si algo tengo que destacar a pesar de todo, es la unión y el apoyo de nuestros compañeros ya sean colimbas, suboficiales y oficiales cuando alguien se encontraba bajoneado allí estaban para apoyarnos y darnos fuerzas para seguir adelante”.
“Yo, por ejemplo –comenta- había perdido la noción del tiempo no sabia ni que día vivía a tal punto que en el mes de mayo es mi cumpleaños y hasta el día de hoy no recuerdo que hice ese día. Tengo un cumpleaños perdido. En vez de 49 tengo 48”-
Y también rememora que los momentos más tristes los vivieron tras enterarse del hundimiento del crucero “General Belgrano” . “En ese aberrante acto –señala en su relato- se fue la vida de mi padrino, Ricardo Meraviglia, y tantos compañeros más. El día de la rendición también me costó mucho asumirlo y cuando regresamos a puerto el vacío que quedo en la dársena donde amarraba el glorioso “General Belgrano” me inundo una tremenda tristeza y siempre me pregunte ¿Por qué Dios, porque…?”.
Al final del conflicto y después…..

Tras el término del conflicto, Luis rememora: “Fueron días muy grises hasta el día de la baja. Tras ese día continúe viviendo jornadas nebulosas, semanas interminables. Mi pobre madre sufrió tres pre infartos. A mi padre, no se quien, le había comunicado mi fallecimiento, si bien había caído un Luis Sosa pero no era yo por suerte o el destino no quiso que sea yo pero me pregunto ¿Por qué tuvieron que vivir tanto sufrimiento mis padres? Hoy en día mi padre ya fallecido hace siete años y a mi madre la tengo muy bien con sus 74 años, gracias a Dios.”
“Con respecto a mi integración a mi vida civil me costó mucho –afirma- porque me sentía derrotado, perdedor. Me parecía que la gente me daba la espalda y lamentablemente carecíamos de atención, nos largaron amordazados porque no podíamos decir nada de lo que habíamos vivido y arréglate como puedas”.
“Siempre le estaré agradecido a mi familia y amigos que de una forma u otra me brindaron su apoyo. Me resulté una buena terapia por ejemplo, ir a pescar. Me pasé pase mucho tiempo hasta que otro gran amigo, Juan Becerra, me ofreció una bici y me dijo ¿Por qué no pedaleas para desenchufarte? Y lo hice, hasta el día de hoy no para de hacerlo. Me siento muy bien realizando este maravilloso deporte  a tal punto que ya corrí unos 28 años mas o menos he pasado por varias categorías, competí en varios campeonatos argentinos de ruta y pista y en dos oportunidades participé en los juegos panamericanos. A este deporte lo llevo en mi corazón como a mi Patria”.
Reconoce que “en la parte laboral me costó mucho conseguir trabajo fijo. Hacía changas de lo que fuese, no tenia problemas para realizar cualquier tipo de trabajo, hasta que un cierto día después de presentar infinidades de currículum con el certificado de Veterano de Guerra en distintas empresas y comercios, no se para que gasté tanto tiempo. Todo fue en vano”.
“Un amigo me comenta que estaban por tomar personal en Policía Federal, y yo me dije “me la juego” . Reuní toda la documentación requerida por la fuerza y también adjunté mi certificado de Veterano, de ochenta y dos aspirantes, quedamos 16 y entre ellos yo. Realizamos el curso correspondiente en la escuela de Sub oficiales “Comisario General Alberto Villar”, por suerte salí aprobado y fui numerario de esa fuerza durante 10 años”, señaló.
El portaaviones “25
 de Mayo” en el que
estuvo embarcado
Luis Oscar Sosa.
Y en el párrafo final de su relato, comenta Luis: “Después, por cuestiones  de la vida, conocí otra gran persona: Juan Daddiego, que me tuvo como empleado en su taller de calzados durante catorce años y hoy en día me desempeño como auxiliar de un colegio rural donde ya llevo cinco años aproximadamente donde también conocí personas maravillosas como la directora, maestras, profesores/as. Aprovecho esta oportunidad que me dan para darle las gracias a todas las personas que me extendieron su mano cuando la necesité, gracias a todos de corazón y por ultimo no quiero dejar afuera a mi querida familia que fue el pilar fundamental para salir adelante mi esposa Yolanda, mis hijos Renso Luis, Alan Darían, Eric Leonel, Shirley Wanda y Jon. Con mis pies sobre la tierra, mi alma en mi Argentina y mi corazón en Malvinas: Viva la Patria !!!!!”.





La vida en el “25 de Mayo”

Luis Oscar Sosa recuerda su actividad en el portaaviones de la siguiente manera: “La vida de a bordo era distinta tal como me lo habían dicho otros compañeros más antiguos. Paso a detallar las dimensiones de lo que seria nuestra casa flotante por un año: el mismo tenia unos  220 metros de eslora por 30 metros de manga, un desplazamiento de 19.896 toneladas  propulsión  2 motores diesel, potencia 40.000 S H P, y una velocidad máxima de 24 nudos, operaba con 8 Mc Donnell  Douglas  Skyhawks,  6 Grumman Trackers,  4 Sikorky Sea King y 7 Dassault Súper Etendar  que completaban un total de 25 unidades aeronavales. Contaba con una tripulación de 1.200 hombres en puerto y en navegación  embarcaban 300 hombres más pertenecientes a la aviación naval y así se completaba una dotación de 1.500 hombres, además detallo otros compartimentos del buque como sollados, lavadero, talleres, cocina, panadería, enfermería, santa bárbara, dos ascensores  para el asenso de los aviones  a la cubierta de vuelo… etc.  Una ciudad, pero en el tiempo que estuve no llegue a conocerlo en su totalidad. Yo era numerario de la tercera compañía de mantenimiento (chafa) nuestras tareas eran limpieza, picaretear, pintar y otras, también estábamos afectados a maniobras y guardia militar. En algunos momentos teníamos autorización para realizar deportes, también quiero mencionar que cuando se tocaba zafarrancho de abandono   estaba asignado a la balsa N° 1ª. Mi puesto de combate era proveedor de cargador izquierdo en un montaje de la defensa aérea cañones de 40mm”.
Hacia fines de 1988 se dispuso un ambicioso programa de modernización del buque en el Astillero Río Santiago que incluiría el cambio de su planta propulsora y toda la electrónica del mismo. La crisis económica desatada en el primer semestre de 1989 pulverizó el presupuesto asignado, y la actualización fue abandonada. El buque no volvió a navegar operativamente.
Varias de sus piezas comenzaron a ser canibalizadas y vendidas a la Marina de Brasil, que las utilizó en su NAeL A-11 Minhas Gerais, también de la Clase Colossus, por ejemplo la potente catapulta, la que una vez instalada en el NAeL pudo operar con los Douglas A-4KW, adquiridos a Kuwait el 30 de abril de 1998.
Por resolución del Jefe de Estado Mayor General de la Armada, Carlos Saúl Menem, (BNC N° 6 del 5 de marzo de 1997 se pasó a la unidad de receso temporario para modificación o modernización a la de radiación para su venta a partir del 1 de febrero de 1997. En el 2000, finalmente, fue enviado al Puerto de Alang (India) donde fue desguazado.


Los dramáticos momentos de la guerra
y la vuelta casa, según Sergio Herrera

El juninense estuvo en un buque de la Armada Argentina y recuerda aquellos días y las situaciones posteriores protagonizadas por los ex combatientes.

El juninense Sergio Jorge Herrera (clase 1962) fue incorporado en la Armada Argentina y destinado a un destructor.

“La Armada es más linda que tierra –comentó Sergio-, recibías otra formación, concejos, daban otro alcance y otra instrucción diferente que en tierra. Yo había pensado quedarme en la Marina, pero mi padre después de la Guerra de Malvinas no quiso que me incorpore”.

La historia de Malvinas


“Nos parecía que íbamos a hacer un juego –recuerda el juninense-. Eramos unos pibes y estábamos contentos por los que estábamos haciendo, embarcarnos para ir a defender un lugar que ni siquiera conocíamos. Todo lo que hacíamos en práctica como maniobras de práctica de repente pasaron a ser realidad ya no era un juego. En el momento del conflicto paso a dirigirnos un principal Ledesma, muy duro, que parecía no importarle nada de los que estaba pasando”.
Y agrega: “Sabíamos que íbamos a defender algo pero no sabíamos bien a qué. Estuvimos fondeados en las afueras de Mar del Plata y de ahí nos mandaron cubrir un puesto en Ushuaia a todo esto aún no estábamos viviendo nada raro para nosotros era un paseo una cosa linda. Hasta que nos dan aviso que estaba muy cerca de nosotros el crucero “General Belgrano” y nos mandan escoltarlo ya que nosotros teníamos equipos especiales de radares para detectar submarinos, algo de lo que carecía el Belgrano, pero obviamente no llegamos a nuestra misión: ya lo habían hundido, yo deje muchos amigos ahí”.
“A esta altura –señala- todo había cambiado, el clima que se vivía, los ánimos, el trato, todo era diferente, no fue agresivo físicamente, pero fue muy agresivo psicológicamente, mentalmente, fueron momentos bastante difíciles, no comparado con los compañeros de tierra pero fue bastante difícil”.
“Nosotros fuimos los últimos en retirarnos del lugar que teníamos como destino, me entero que había finalizado el conflicto cuando veo las luces de Mar del Plata. No fuimos a puerto estuvimos fondeados afuera de Mar del Plata dos o tres noches sin saber el motivo”.

No todo volvió a ser igual


“Cuando termina el conflicto –rememora el ex marino-, volvió a ser todo normal. Pero en realidad no era lo mismo que cuando entramos. Había un distanciamiento entre el personal que antes éramos como amigos, creo hoy que por un recelo de que no hicimos nada, nos miraban mal con recelo. Notábamos la mirada de ellos, diferente pero no podíamos entender la de nuestros propios compañeros. Y fue todo así un acostumbramiento hasta que nos dieron la baja. Nos dieron una licencia de un mes y nos hicieron una revisación médica exhaustiva, nos obligaron a tomar unas pastillas que obviamente nunca tomé, nos decían que era para mantenernos alertas”.
De esos días también rememora el juninense: “Hubo entre treinta y treinta y cinco días que nos mantuvimos despiertos entre nosotros mismos, nos manteníamos alertas y nos contábamos de nuestras vidas para no dormirnos, no necesitábamos de ninguna pastillita, había compañeros que lloraban mucho y se acordaba de la familia, y eso era muy fuerte. Te madura medio de golpe esto a pesar de que lo que yo viví en Malvinas no fue una situación tan difícil como la que pasaron mis compañeros, por eso yo los quiero muchísimo a todos”.

La vuelta a casa

A fines de junio de 1982, puede regresar a su Junín natal y sobre esto, recuerda: “El día que llegue a mi casa fue terrible, porque yo era vecino en esa época de Daniel Seitún. El colectivo nos dejaba en el Álamo como a las tres de la mañana y de ahí iba caminando hasta mi casa. Cuando llego no me di cuenta y paso por la casa de Daniel Seitun que vivía en la esquina y la mamá me vio que pasé vestido de marinero, y me tuve que parar para saludarla. Para ella era muy importante pero yo no tenía la seguridad de si él estaba vivo o no, no teníamos certeza de cómo podía estar. Fue un momento muy dramático!.
Después de llegar a mi casa, tras saludar a sus padres, señala de ese día: “A las siete de la mañana estaba lleno de vecinos y amigos, hasta que alguien aviso a los medios y fue un mundo de gente. Todos querían saber preguntar, no podía salir ni a la panadería y en ese momento, yo no tenía ganas de hablar con nadie solo quería estar con mi mamá y mi papá”.
“Yo en ese momento traía los papeles para que mis padres me firmen la autorización para incorporarme a la Armada, ellos pusieron los papeles en un sobre y escribieron un carta diciendo que lo lamentaban mucho pero no iban a entregar a su hijo a la Armada nuevamente”, rememora.

El tiempo

Tras la guerra, Sergio entra a trabajar como conductor de lomocotoras, durante doce años y dice: “Nunca más hable del conflicto, nunca más nadie me peguntó nada hasta que me encontré con una personas que sin saber ambos, habíamos pasado por lo mismo. Cuando yo me voy del ferrocarril, mis compañeros actuales me convocan para decirme que era tiempo de armar el Centro de Veteranos así que ahí iniciamos el primer centro con Bruno, Maza, Miguelito Martínez, en Primera Junta y Siria”.
“Hoy estoy felizmente casado con 7 hijos y cinco nietos hermosos. Estoy trabajando en la portería de una escuela que se llama Casa Huerta. Muy feliz allí entre como auxiliar y hoy por hoy soy y hago un poco de todo”, concluye en su relato.

Treinta años después, los ex combatientes de Malvinas presentan a la comunidad los relatos de sus vivencias en la guerra y reconstruyen aquellos tristes días.



Adolfo Imizcoz: “Estábamos

preparados casi hasta para morir”

El juninense estuvo embarcado en uno de los buques que transportó a los buzos tácticos que tomaron las islas el 2 de abril de 1982.


Adolfo David Imizcoz (clase 1962) y  prestó servicio en la Armada, embarcado en el destructor “Hércules”.

El desembarco

“Yo era suboficial y el barco donde estaba junto con el “Santísima Trinidad” –rememora-, fue uno de los dos que transportaba a los buzos tácticos que tomaron las islas el 2 de abril. El 1 de abril, a las 10 de la noche estaba frente a Malvinas, a doscientos metros. Los que tomaron la isla bajaron a las 10 u 11 de la noche, rodearon la casa de gobierno y se armó un tiroteo, donde murió el capitán de Corbeta Pedro Edgardo Giachino”.
Recuerda Imizcoz que “todo comenzó el 27 o 28 de febrero en Mar del Plata. Estaba en un barco inglés que tenía la misma tecnología que toda la flota que después fue a Malvinas; el barco donde estaba yo era gemelo con la Sheffeld (barco que finalmente hundió la armada). El objetivo del operativo era saber el alcance que tenían los radares, sonares, misiles, antimisiles, etc”.
“Tras la licencia –sigue contando el ex combatiente- nos reincorporamos los primeros días de marzo y cargamos los barcos de alimentos, armas y combustible y el 29 ó 30 de marzo salimos a navegar. Habían pasado 24 horas de navegación, en el medio del mar nos llama el comandante Molina Pico a toda la dotación a formación general en una pista de helicópteros. Para las máquinas y nos avisan: “Señores, esto es un hecho histórico, se los decimos en el medio del mar para que no haya escape de información en el territorio: Vamos a tomar las Islas Malvinas” Nos quedamos sin palabras. Y agregó:“Todos los buzos tácticos que llevamos embarcados serán los de avanzada, que van a tomar la isla, se tratará de no derramar sangre”.
“En ese momento –reconoce- me sentí eufórico. No sabíamos con qué nos encontraríamos, pero estábamos preparados. Creo que estábamos preparados casi hasta para morir”.

Preparado para morir

Imizcoz comenta que procedí “de una escuela militar desde los dieciséis años. Te lavan la cabeza en la marina. Del 79 al ´81 estuve en la ESMA, si veía uno con pelo largo era un extremista, un estudiante de filosofía, un dirigente sindical, un político era un zurdo. Desde esa óptica también te preparaban para arrastrarte con los codos, aprender a usar todo tipo de armas, lucha cuerpo a cuerpo, supervivencia y natación. Es otra mentalidad la de un soldado, estábamos preparados; eso creíamos”.
Pero sostiene: “Cuando empezó a llegar la flota inglesa, los gurkas, caímos en la realidad y empezamos a sentir miedo: nos van a matar, decíamos”, expresa a renglón seguido.
Ya había pasado el 2 de abril, y antes del 1 de mayo, navegábamos cerca de las costas de Sudáfrica y los vimos venir, nos dimos cuenta de lo que pasaba y sentimos miedo. Le escribí varias cartas a mi mamá diciendo que estaba todo bien, y en una carta que le envié a una tía, que era como mi mamá le puse “estamos hasta las manos”. A mi tía le dije la verdad y que la quería mucho, que le mandara saludos a mi vieja. Estaba preparado para morir. Hice clic y no me importaba nada: ya me había despedido y estaba con el salvavidas puesto en un barco. Estás muy limitado: en la tierra te tiran algo y disparas; en un barco, si se cae, nos caemos todos. Vivo gratis ahora, después de todo eso”.

El dolor por los amigos del Belgrano

En su relato, Imizcoz también rescata de la memoria el hundimiento del crucero “General Belgrano”. Y dice: “No había comunicación como ahora; el crucero estaba lejos de nosotros (en la zona de exclusión). Creíamos que los que estaban en el crucero tenían suerte porque era como un acorazado, tenía paredes de 60 centímetros “Si voy al crucero estoy salvado”, pensábamos. Nosotros ahí teníamos más que afectos, hermanos teníamos. Se salvaron creo que 600 ó 700, murieron 323. Aparecían listas y nosotros preguntábamos; estábamos muy pendientes y no aparecía ninguno, era una locura”.
“Tristeza e impotencia –agrega-. También, para esa época bombardearon el “Alférez Sobral”, un barco barreminas y los mataron a casi todos, y ahí también teníamos amigos. No teníamos a nadie que nos contuviera. Era la guerra pero fue algo muy duro; yo tenía un amigo…Todavía me duele”.
“Después seguimos navegando, hacíamos guardias, trabajábamos. Estábamos siempre en la línea de combate”, relató.

¿Cuándo terminó?

“No se terminó –dice en forma contundente el ex marino cuando hace referencia a la parte final del conflicto bélico-. Pero en el almanaque es medio extraño; no me acuerdo porqué quisieron tapar todo llevándonos a Ushuaia. El 14 de julio llegamos al puerto y nos dieron una especie de licencia”.
“Cuando volví –añade-, ni vine a mi casa, estaba como perdido. Llegué al puerto y nos fuimos a navegar. No querían que se supiera lo que nos había pasado: En Ushuaia nos dieron plata para que fuéramos a cabarets, que allí había mujeres. Nos llevaron a una excursión a esquiar; con turismo nos querían hacer olvidar. Creo, que hasta nos hicieron firmar algo sobre no contar nada sobre nuestras vivencias en la guerra”.
“En este momento –relata- yo empecé a tener la idea de irme de la Armada. Estaba desilusionado. A la vuelta, todavía me faltaba un año para terminar el secundario; me puse a estudiar, después de todo lo que había visto, quería volcarme a la vida civil”, sostiene.
Y el retiro de la Marina llegó en 1984. “El día que renuncié tuve una mezcla de sensaciones –cuenta- No hubo alivio, porque a mi me gustaba navegar, me gusta el mar. Todos los años me voy de vacaciones al mar, porque me gusta tocarlo, necesito tocarlo. Yo tenía como una comunión con él, pasé muchas horas mirándolo antes y durante la guerra. Era como un confesionario. Pensaba mucho en mis amigos del Belgrano, en dónde podían estar. Hay un círculo que no se cerró. Tenía, también, ganas de hacer otra cosa”.
“Hoy no siento que todavía estoy en guerra; pero a veces creo que exploto, por eso hago karate tres veces por semana, ahí descargo todo. Es que quedamos marcados; alguien nos puede ver en un asado todos juntos y decir "estos tipos están bien". No estamos bien, estamos controlados. Por suerte tuve muy buenas contención de mi familia. Mis hijos me han hecho muy bien. Está bueno contar esto, es una descarga”, se sincera Adolfo en la parte final de su relato.




El Centro de Veteranos de Guerra junto a la UNNOBA hizo realidad el jueves 14 de junio de 2012 su libro “Presente”, compilación de relatos, vivencias y anécdotas de ex combatientes de Junín.



Carlos Hauw: “La falta de coordinación nos jugó en contra”

El ex combatiente hizo el Servicio Militar Obligatorio en la Marina durante la guerra. Rememora los duros momentos vividos en las islas durante el conflicto.


El juninense  Carlos Hauw (foto)  hizo el Servicio Militar Obligatorio en la Marina y al momento del conflicto hacía un año que estaba enrolado. En Río Santiago, junto a otras veinte personas, realizó un curso básico de enfermero siendo destinado a la base aeronaval de Punta Indio, en la Bahía de Samborombón.
Como testimonio personal recuerda: “Mi familia estaba compuesta por mis papás y una hermana; ella sufrió mucho la guerra, creo que más que yo. Todos la pasaron mal. Ellos escuchaban Radio Colonia, para enterarse de algo. Sobre mi no tuvieron información. Desde Malvinas envié cartas y dos telegramas y no recibieron nada”.

Participación en el conflicto

“El 2 de abril –rememora- lo viví en casa porque estaba de vacaciones y tuve que volver a Punta Indio. Cuando llegué seguía la vida normal. Nos levantábamos igual, todos los días para la formación hasta que un día vimos que se habían llevado a un grupo grande; sabíamos que habían partido hacia Malvinas o a cubrir la zona del sur.  No recibimos mucha información de lo que pasaba y nosotros tampoco preguntábamos”.
Y sigue contando: “El 20 de abril a un chico de Pergamino y a mí nos dicen que tenemos que ir al pañuelo a buscar la ropa porque “saben adonde van”. Le escribí una carta a mi familia contándole. Al día siguiente fuimos al edificio Libertad, de ahí al aeroparque, de donde partimos hacia Bahía Blanca; desde allí nos volamos hacia Comodoro Rivadavia para terminar, finalmente, en Malvinas”.
El aterrizaje en Malvinas se produjo el 26 de abril y “allí nos fueron destinando, en mi caso, junto con otros tres, fuimos al hospital de Malvinas. No sabía el nombre del lugar donde estaba, son cosas que estoy averiguando ahora; en su momento ni me preocupé en preguntar cómo se llamaba. Me quede con la gente del BIM 5 (Batallón de Infantería de Marina número 5), como ellos habían llegado el 8, ya tenían pozo y solo tuvimos que armar la carpa”.
 “Tengo muchos recuerdos de esos días, de cosas que pasaron; las bombas que cayeron cerca, por ejemplo.  Una de ellas fue tan cercana, que estando en el pozo caí sentado.
El  14 de junio, cuando todos bajaban de la colina, a nosotros nos dijeron que el BIM 5 no se rendía, así que tomamos el camino contrario al resto, caminamos hacia la costa. Nos caían las bombas, pero no nos importaba nada. Llegamos a un acantilado, en la arena, a unos metros de nosotros cayó un mortero que no explotó”, expresó.

Un día en Malvinas

La vida de Hauw y otros soldados transcurría en un pozo donde “tenía que andar medio agachado, porque de profundidad me llegaba a los hombros. Las dimensiones eran de un metro ochenta por uno veinte, más o menos. Éramos dos soldados y había un cabo que estaba a cargo. Durante el día nos juntábamos con otros 7 ú 8 más”.
“Cerca de las cinco -agregó- anochecía y comenzaban las guardias de dos horas.  De día teníamos que andar cubriéndonos. Bajábamos de la colina en donde estábamos, hacia un galpón donde estaba la comida. A la mañana era el desayuno: mate cocido o chocolate caliente, que transportábamos en ollas térmicas. A veces, si tenías tiempo, con lo que podías te afeitabas”.
Y siguió contando de aquellas fechas: “Las noches en Malvinas fueron cerradas y frías. El 14 de junio, fue la noche que se hizo de día, por el bombardeo. Eran noches de miedo, porque teníamos alertas rojas, violetas, por desembarcos, de comando, etc. En mi caso, ni siquiera tenía los códigos, no sabía lo que era un santo y seña. Fue terrible.  Después veíamos que iban los grupos a la rendición, y uno que quería ir con ellos porque estaba agotado después de sesenta días, y sin embargo partimos para el lado contrario. La Marina, El Ejército y La Aeronáutica tenían sus autoridades y mandos diferentes. Parecían tres ejércitos distintos pero todos éramos Argentina; esta falta de coordinación nos jugó en contra”, rememoró.
Y un dato más: “Me acuerdo de pasar  por el aeropuerto y ver los refugios llenos de comida que no nos había llegado. Y eso que en mi caso, tuve un plato de comida todos los días, pero también reconozco que con esta alimentación uno podía aguantar a lo sumo quince días. En los últimos días no me importaba nada, en lugar de correr caminaba. Pensaba en mi familia, en que quería volver; pero ahí era supervivencia y quizás la supervivencia significaba también, que te cayera una bomba encima y se terminara todo. Cuando volví, que dormí por primera vez en una cama, me dolieron los dedos de los pies y cuando jugué al fútbol igual. Fue por el frío”.

El regreso

Un duro recuerdo sigue fresco en su mente: “Un día antes de volver, tuvimos que enterrar a cuatros compañeros. Nos vinieron a buscar los ingleses y fuimos a la montaña. A medida que encontrábamos los cuerpos los enterrábamos. Lamenté no saber sus nombres”.
Hauw y otros soldados retornaron al continente en el Irizar.  Uhuaia, Río Grande, Ezeiza, el edificio Libertad, Punta Indio y luego Junín fue el periplo de su regreso: “Llegué solo, de noche, en mi casa no tenían teléfono así que no sabían nada. Mi mamá había recibido un telegrama que decía que estaba bien, pero hacía 10 días, así que me había estado buscando por todos lados”, rememoró.
Tras la vuelta, llegó el duro hecho de reinsertarse, de tejer una vida y entretanto convivir con el duro saldo que deja una guerra. Comenzó a trabajar en YPF y a cursar el profesorado de Ciencias Económicas y luego la carrera de  Analista de Sistemas. Cuando empecé a estudiar me relacioné bien con la gente, pero no hablaba de lo mío”.
“Con el tiempo –agregó- pude hablar más, aparte acá ya te veían en el desfile. Es más, mi esposa, se enteró al verme en un desfile. Nos conocimos en  2004, y había hablado durante meses del trabajo y otras cuestiones pero de la guerra no. Después le conté y ella me comentó que se había carteado con un combatiente, estaba en tema. Y yo siempre había pensado que nunca me iba a poder relacionar con una persona que no estuviera involucrada”. En 2004 ingresó a Región Sanitaria y fue efectivizado en 2009.
Siguió contando de lo traumático de aquellos días después de la guerra: “En el año ´90, estaba en YPF y un compañero me dijo, si yo hubiera estado en tu situación me colgaría un cartel que dijera “Yo estuve en Malvinas”. Y yo nada que ver. Trataba de no decir nada, me daba como una especie de vergüenza. No quería quedar rotulado, que me discriminaran por haber estado en una guerra. Ahora es diferente, porque estamos en grupo y hablamos entre nosotros”.
“Hoy tengo –agregó- una familia, con un bebé de trece meses, Andrés. El 2 de abril vino conmigo a desfilar y lo llevé con orgullo; no quiero exigirle ni presionarlo, que el pregunte cuando quiera. A mi me impusieron muchas cosas, como la colimba; y no quiero que con él sea así.  Se lo voy a contar, primero quizás como un cuento y después como algo más serio. La guerra me marcó mucho, por un lado creo que maduré pero también me hizo angustiar más de lo que quería. Estar allá fue…horrible. El clima, la comida, el desgaste, era para estar quince días, que era el tiempo en que iba a llegar el relevo. Pero llegó un momento en que no pudimos más: no había respuestas, se terminaba la comida, no podíamos ni pensar. Queríamos que terminara esa pesadilla. Esa es la palabra que define realmente lo que pasé: pesadilla”.



Testimonios de Malvinas

José Luis Soto: Ser militar en tiempos de guerra



El relato del sargento ayudante José Luis Soto. La óptica de un soldado que eligió el Ejército, sabiendo las responsabilidades que ello traía aparejado. “Nosotros estábamos en el medio del campo combatiendo, ya casi sin municiones porque no teníamos forma de reponerlas. Nos bombardeaban día y noche. No dormíamos”, recuerda.


Los integrantes del Centro de Veteranos de Guerra “Islas Malvinas” de nuestra ciudad han decidido contar sus experiencias personales sobre el conflicto del Atlántico Sur, treinta años después, como una forma de dejar plasmado lo que significó para ellos ese trágico episodio en la historia argentina.
En la octava entrega de esta serie de notas, LA VERDAD presenta el relato de José Luis Soto quien actualmente tiene 60 años. Hace treinta años pertenecía a una unidad de paracaidistas de artillería que tenía asiento en Córdoba y en las Malvinas estuvieron emplazados en el Monte “Dos Hermanas”.

Carrera militar

Tenía el grado de sargento ayudante “y con toda mi predisposición, porque esto había sido mi voluntad, mi elección como forma de vida. Esto lo aclaro para que no se mezcle con el tema de los chicos, la experiencia, etc., que, por otro lado, no comparto de ninguna manera. Tengo mis fundamentos, como soldado: hubo cuadros de la misma edad, por lo cual pienso que la edad no se puede tomar como pretexto”, afirmó.
Nació en San Miguel de Tucumán, donde tras pasar por un colegio salesiano, abrazó la carrera militar siguiendo su vocación. Ingresó a las fuerzas armadas a los 15 años.
“Desde que ingresamos en las Fuerzas Armadas –recordó- nos inculcan la defensa nacional; tuvimos cursos en diferentes lugares donde nos preparaban, por ejemplo, para el conflicto, esa es la misión del Ejército. A eso de refiere este entrenamiento: no es a salir a pelear, sino a prepararse mentalmente para la función de cada uno, por ejemplo, no es para ir a la oficina o a vender algo, es para defender la patria”.
Estaba destinado en Córdoba cuando se convocó a su unidad por la Guerra de Malvinas, porque se necesitaba mandar una unidad de paracaidistas profesionales. “Si bien, como dije antes, estábamos preparados para esto, la sensación en esos días fue de incertidumbre. En lo que iba del siglo XX el Ejército no había participado de ninguna guerra. Por otro lado me sentía contento porque iba a satisfacer, y en plenitud, mi vocación. Fue una satisfacción muy grande participar en algo para lo que estaba preparado”.
Contó que su unidad era de artillería “y fuimos con 263 efectivos, me acuerdo de todo: tres baterías. La plana mayor y la parte de logística (cocineros, enfermeros, etc.). Lamentablemente, durante el conflicto fallecieron 4 soldados, y otros quedaron heridos; estos se recuperaron luego. Tuvimos suerte, porque los ingleses emplearon alguna munición no adecuada, por eso tuvimos pocas bajas; sino podríamos haber perdido fácil el 50%. Las municiones no nos llegaban, solo la onda expansiva de las explosiones. Eso nos salvó”.

Días terribles

“Hubo varios momentos de acción durante el conflicto, recuerdo muchos –señala-. Si tengo que mencionar uno puede ser hacia el final, que me sentí muy indefenso. El penúltimo día, para ser más exactos, no teníamos forma de defendernos, estábamos a la deriva. La cuestión era como llegar a rendirnos de la mejor forma posible”.
“Nosotros –sigue rememorando- estábamos en el medio del campo combatiendo, ya casi sin municiones porque no teníamos forma de reponerlas. Nos bombardeaban día y noche. No dormíamos. Esto sirve para quebrar la voluntad al enemigo: se los ataca en los horarios de descanso de los soldados, no se los deja reponerse. Entonces se los mata psicológicamente con el cansancio, con la incertidumbre, con el miedo. Y eso fue lo que nos hicieron en los últimos tres días. El bombardeo empezaba a las 10 de la noche y terminaba a las 6 de la mañana”.
“Fueron días terribles, porque uno no tenía lugar físico donde guarecerse por temor a ser alcanzado por un proyectil. En cualquier momento te podían matar, y ya sin combatir, porque los últimos días solo tratábamos de escondernos. Era un sálvese quien pueda. La situación me tenía realmente mal, no solo por mí; yo tenía siempre a dos soldados conmigo, que eran los que me seguían directamente, y después había quince más”, señaló..

Los días posteriores a la Guerra

Luego de la rendición fue tomado prisionero. “Pasamos muchísimo frío –recuerda Soto de aquellos días aciagos-, y no estábamos en condiciones de soportar nada. En mi caso, pude pasarlo mejor porque me mantenía, dentro de todo, en buen estado físico. Dormíamos cuando el sueño nos vencía, no estábamos bien arropados, teníamos una sola manta con la que nos envolvíamos. Luego de estos días nos mandaron a un barco inglés, que nos trajo al continente, hasta Buenos Aires.
“Recuerdo el malestar de ser prisionero, el menosprecio y esa frustración que uno tiene como profesional: fracasamos. La sensación era de vacío y de pérdida. Nosotros habíamos ido a ganar. Veníamos de la guerra, si no escuchábamos a nadie de afuera, no íbamos a poder salir de eso”, sostuvo.

El regreso

Cuando volvieron al país, fueron llevados a Campo de Mayo “Nos juntaron a todos, e hicieron la estadía de preparación para el nuevo contacto con la sociedad. Tuvimos reuniones con los jefes de acá, y con psicólogos para el grupo, e individualmente. Nos hicieron un test. También nos dieron toda ropa nueva. Esto duró una semana. Fue un cambio de situación”, recordó.
Y cuenta: “Se intentaba reestablecernos, a como estábamos antes; esa era la idea. Pero no. Las cosas que se viven quedan y te modifican. Uno las puede tolerar más porque se tuvo tiempo para reflexionar. Quedó un resentimiento, en cuanto a las cosas que se hicieron mal, a quienes actuaron mal. Siempre quedan mal nuestros superiores, por el mismo sistema verticalista que tenemos”.
“Hubo conflictos personales, en general: pudimos comprar actitudes tenidas durante la guerra, quién hizo, quién no hizo. Con respecto a mi actuación, creo que siempre estuve a disposición; hice lo mejor que pude. Al poco tiempo se desmembró la unidad, y cada uno tuvo un destino diferente. En mi caso puede elegir, y opté por venir a Junín”, señala.

El encuentro con la familia

Con su esposa e hijos (en ese momento una nena de 4 años y un varón de 7 meses) se reencontraron en Córdoba. “Yo tengo tres hijos, y con los dos primeros, varias veces tuve que irme por meses de mi hogar. Cuando nació la primera, en el 78, fue el conflicto con Chile por el Beagle, por ejemplo, y estuve ausente y luego pasó algo similar con mi segundo hijo con Malvinas. Mi tercera hija, por suerte, me tuvo todo el tiempo”, afirma.

El después…

Sobre los días posteriores al regreso, recuerda que “al principio podía dormir, pero sobresaltado, con cualquier ruido, me despertaba. Había noches en que me acordaba de cosas, me daba cuenta de lo que había vivido, del cambio que se había provocado en mí.
Tuve momentos en que, haciendo otras cosas, recordaba; pero con el tiempo se disiparon y pude superarlo. Siempre tuve apoyo psicológico luego de la guerra. Pero algunas cuestiones surgieron por la reflexión a través del tiempo”.
“A nivel social, -agrega- en Córdoba había varias unidades, y estaban lejos del pueblo; no nos recibieron y tampoco hubo un reconocimiento por nuestra labor. Por algo pasaron 30 años del conflicto y seguimos reclamando cosas. Es la vida, no digo que hoy esté bien del todo, algo me quedará, pero, en general, pude superarlo, a nivel personal; no así la falta de reconocimiento. Hay un resentimiento hacia la sociedad, y creo que eso es malo”, concluyó.

“Prohibido olvidar”. Ex combatientes juninenses mantienen vivo el permanente recuerdo del conflicto de 1982.


El dramático relato de Adalberto
Cepeda, sobreviviente del “Belgrano”

El ataque, la cruda lucha por sobrevivir en un clima completamente hostil y la vuelta, en la memoria del ex combatiente juninense quien hace tres décadas atrás también era entrevistado por LA VERDAD.

Adalberto Cepeda junto a su familia en mayo de 1982, a pocos días de su regreso a nuestra ciudad desde la base de Puerto Belgrano, publicado por LA VERDAD.




Adalberto Osvaldo Cepeda, fue enrolado por el Servicio Militar Obligatorio al cumplir 18 años siendo destinado a la Base Naval Puerto Belgrano, Bahía Blanca y posteriormente fue embarcado en el crucero “General Belgrano”.
De su período de instrucción rescata que “son dos meses donde se aprende a valorar muchas cosas, entre ellas la amistad. Había gente que por ahí tenía una vida menos golpeada y otras que no, que quizás tuvieron que trabajar desde chicos pero ahí todos éramos iguales, ahí van todos por el mismo camino”.
“Durante los dos meses de instrucción –rememora- hice muchos amigos, grandes amistades, pero no he seguido con ellas solo con algunos que veo en el centro de ex combatientes. Cuando volví de allá yo me encerré mucho, fue muy difícil no conseguía trabajo, me encerré”.

El ataque

Tras la instrucción comenzó a cumplir funciones de mantenimiento en el crucero. Precisamente sobre el ataque al buque de guerra recuerda: “había guardias cada tres horas y el barco tenia custodia por el tema este de que nos venían siguiendo. Así y todo nos torpedearon, un submarino nuclear. Nos atacaron con dos torpedos uno en popa y otro en proa algo así como al medio. Eran las cuatro y media y para las cinco ya estaba hundido el barco”.
“La popa –relata- la cortó de arriba a abajo y se perdió esa parte y el otro torpedo dio en el centro de la sala de maquinas, los cuartos donde se dormía. Yo en ese momento estaba de guardia en la cámara de proyectiles y hacía quince minutos que había tomado la guardia sino hubiera estado en los dormitorios”.
“Cuando explotaron los torpedos –señala-, el barco se dio vuelta, se escoró. A mi me agarro en el puesto de guardia donde estaba, se corto la luz, fue un caos caían los proyectiles del propio barco que pesaban como sesenta kilos a pesar de que estaban atados con cadenas y se nos caían encima. A un compañero le cayó un proyectil de punta en el pie le abrió los dedos, no lo podíamos sacar y a lo oscuro no lo podíamos sacar, la desesperación…. No estábamos acostumbrados a que pasara una cosa así. El impacto fue terrible”.
Y sigue contando sobre esos duros momentos: “Al darse vuelta el barco no había piso, no había pared, no había nada te encontrabas con cosas que se te caían encima. Esto duro media hora. Cuando salí había mucha gente quemada, algunos colgados de los cables para no caerse al agua todo desesperación, pánico porque nadie sabía que pasaba, ni como había sucedido todo. Los único que sabían eran los comandante que creyó que había posibilidades de salvar el barco hasta que dio la orden de evacuar. Ahí nos tuvimos que salvar…. Como podíamos”.

Sobrevivencia dramática

Tras superar estos dramáticos momentos y una vez en la balsa, en el frío océano, recuerda Cepeda: “La desesperación era terrible. Me quedan muchas imágenes feas. Yo estuve cuarenta y ocho horas en la balsa, dos días, llenos de agua, sin comer nada, frío. Continuamente se llenaba de agua que teníamos que sacar con la mano, las olas eran muy altas. Fuimos a la deriva. Éramos cinco personas no los conocía, los había visto alguna vez, me acuerdo que uno de los muchachos tenia quebrado un brazo”.
Sobre su rescate relata: “Nos encontró un avión. Nosotros lo vimos y era algo desesperante porque parecía que no nos había descubierto. Empezamos a gritar, hacer señas pero pensábamos por la altura del avión que no nos había visto, pero nos vio y dio vuelta. Después se comento que era la última recorrida que hacia el piloto porque no tenía gasolina para seguir recorriendo, tenía la orden de volver pero el piloto decidió dar una vuelta más para ver si había algún sobreviviente. Dio vuelta el avión pasó sobre nosotros volando bajito moviendo las alas de un lado hacia otro ahí pudimos respirar, que nos habíamos encontrados. Pensamos cualquier cosa esos dos días. A mí me sacaron mal de ahí adentro con siete u ocho kilos, negro del frío, quemado por el agua helada… Muchos murieron de frío”.
Finalmente fueron rescatados por el buque hospital “Bahía Paraíso”. Tras ser asistidos en Ushuaia, retornaron vía aérea a Puerto Belgrano. Pero la cruda realidad de la guerra no terminaba con ese ansiado deseo de vuelta a la casa. “Fue terrible. De acá de Junín éramos cuatro o cinco y volvimos dos. Con uno de los que no volvió hice la escuela, estábamos juntos siempre encontrarme con los padres fue terrible. Que les podía decir, yo había vuelto. Me encontraba con los padres de los demás, fue terrible. A mis padres les habían dicho que yo estaba muerto, ellos no lo creyeron, llegue un día a la tardecita, cuando me vieron no podían creer y yo tampoco”.
“Quince días de licencia y nuevamente a seguir con el servicio militar, me destinaron a la Escuela de Mecánica de la Armada pero ya no era lo mismo iba como sonámbulo, me subía al colectivo me bajaba e iba detrás de los otros marineros, iba porque tenía que cumplir. No fue nunca más lo mismo. Después vinieron para dormir pesadillas, tenía que trabajar todo el día para cansarme y no recordar lo que había pasado”, concluye su relato Adalberto Cepeda quien precisamente, en mayo de 1982 también brindó su testimonio a LA VERDAD, apenas llegado desde Puerto Belgrano a nuestra ciudad.
Otro sobreviviente de la guerra relata cómo
fue hundido el crucero “General Belgrano”

Pedro Jorge Acosta estaba embarcado en el crucero cumpliendo el servicio militar obligatorio. Qué pasaba en las horas previas y el duro trance soportado antes del rescate. La vuelta a la Patria.  

 Pedro Jorge Acosta, pergaminense de origen y juninense por adopción, cumplió el servicio militar obligatorio en la base naval Puerto Belgrano, teniendo como destino el crucero “General Belgrano” donde cumplió la función de bombero y control de averías, sobreviviente del hundido barco cuando tenía 18 años.
Junto a él sirvieron en el “Belgrano” otros dos tres pergaminenses: Parra, Fontana y Silva, este último fallecido.
Y rememora: “Yo era gaviota, marinero de mar. Le llaman así  al que es navegante, al que está embarcado, a mi me costó cincuenta días adaptarme el encierro, dormir en una cama colgante, los movimientos del barco, ya que como lo mencione antes fue mi primer experiencia que duro doce meses, de los cuales rescato muy buenos compañeros”.
Durante el conflicto, luego de zarpar de puerto rumbo a Malvinas contó Pedro que “se empieza a cambiar la rutina ya uno está más atento ya que sentís que en algún momento vas a entrar en acción, ya no hay tantas risas en el pasillo es todo bastante más serio y buscábamos información de cómo íbamos. No nos daban información y cada vez que teníamos algo, los resultados eran positivos nosotros éramos los ganadores. Navegamos del 16 de abril al 2 de mayo donde fuimos alcanzados por el torpedo del submarino “Conqueror” perteneciente a la flota inglesa”.

Momentos previos al ataque

“La noche anterior al ataque –contó Pedro-, no sé si el capitán tuvo la sensación de que nos iban a bajar, pero esa noche, durante un zafarrancho de combate nos hicieron subir a cubierta con un bolsito, el que usábamos para salir de franco y nos hicieron poner frutas, pertenencias y documentación, nada cortante y que cada cual ocupe su puesto de combate. Estuvimos en cubierta desde las doce del primero hasta las dos de la mañana y al día siguiente, a las cuatro de la tarde nos bajaron. Ese rato durante el zafarrancho fue un poco raro, nunca había sucedido así una sensación distinta. Habíamos estado navegando cerca de la isla de los Estados, al tercer día movimos y nos atacaron”.
“Atacan al crucero –explicó- porque era el que tenia gran cantidad de bocas de fuego, era un barco que “caminaba” muy bien con el ataque aéreo, el crucero estuvo en Pearl Harbor…lo usaban precisamente por eso… Tenía un ataque de  20 kilómetros de distancia. De ahí que fue un blanco para la flota enemiga”.

La agresión
“Cuando nos hundieron –narró- yo cumplía funciones de bombero, después del ataque no tuvimos más de treinta minutos para rescatar gente. Venía durmiendo, me sacó de la cama limpito, es como si hubiera sacado al barco del agua y hubiese caído nuevamente, quedo escorado. Me desperté en el piso salimos para arriba el barco estaba inclinado para uno de los lados. Los que teníamos funciones de bombero tratamos de sacar la mayor cantidad de heridos que pudimos, había muchos quemados, la zona de máquinas fue la más afectada. La mayoría de la tripulación estaba en pánico total”.
Señaló que “el rescate se dificultó ya que a las cuatro de la tarde en el mar ya es casi de noche y había una gran tormenta con olas altísimas que hizo muy complicado que nos pudiéramos alejar con las balsas del barco. Yo estuve media hora trabajando, rescatando compañeros y después me subí a mi balsa, para esto nos habían preparado en los simulacros de emergencia cada uno tenía ubicado su balsa, de cualquier manera la desesperación existía y muchos cayeron al agua por pánico. Cada balsa está preparada para llevar veinte personas. Teníamos un coordinador en la balsa pero nada hacía más fáciles las cosas hubo pánico”.
“Cuando salté a la balsa atrás mío –siguió contando- salta un muchacho y cae al agua, me doy vuelta para agarrar el remo y lo levanto era como agarrar una barra de hielo. Y lo subí, siempre estuve en contacto él, estuvo muy agradecido por esto. Su nombre era Claudio Bossana lo internaron y murió muy joven: Claudio era de Rafaela”.
“El capitán de la balsa nos dijo que tratemos de estar tranquilos que íbamos a ser famosos y que todo lo que habíamos visto había que guardarlo en el corazón y no había que divulgar. Fuimos uno de los últimos en ser rescatados aproximadamente cuarenta horas después del hundimiento un avión de reconocimiento nos diviso y nos rescato el Destructor ARA Piedra Buena, que durante el conflicto escolto al crucero conjuntamente con el ARA Bouchard”, rememoró.
“Nosotros nos quedamos con la sensación de no haber podido combatir. Nos quedamos en el intento de hacer lo que nos habíamos propuesto, nos cortaron las manos antes de poder usarlas”, expresó.
Tras su rescate volvió a Pergamino donde “la ciudad nos recibió, fue duro, mucha gente se acercó a mi casa a darnos las gracias por haber defendido nuestras Malvinas. Recibí a muchos padres y madres destrozados porque sus hijos no habían llegado también viaje a San Nicolás. Fueron momentos muy tristes y difíciles”.
Pedro Acosta también hizo mención a un detalle: “Aún en Puerto Belgrano el capitán del crucero Héctor Elías Bonzon se despidió formalmente agradeciéndonos por todo el tiempo que habíamos pasado con él y nos deseo suerte en el nuevo destino, destacando el empeño puesto en cada una de las acciones”.

30 años después

En su reinserción tras la guerra, Acosta comenzó a trabajar en la ex ENTEL donde fue convocado por su condición de ex combatiente a pesar de lo cual sostiene: “Creo que aún hay mucho por hacer la sociedad todavía no nos reconoció. Venimos de un país de inmigrantes con lo cual es muy difícil que exista identidad nacional”.
Actualmente, Pedro vive en Junín junto a su familia. Sobre su esposa, dice: “Ha sido muy buena compañera para mí y para mis hijos. Ella me escucha, me guía. Es una buena compañera y la admiro porque nosotros estamos abocados a muchas cosas y ella siempre ha sido la que me sostuvo, soy muy fiel a esto Creo ser un papá protector mis hijos María Vanesa, Cintia Daniela, Jorge Sebastián, Lucía Belén, Agustina Soledad, Catalina y Josefina”.
“Hoy –reflexiona- ya a treinta años  los recuerdos siguen apareciendo como imágenes, sensaciones encontradas, por un lado cierta sensación de venganza por el daño, por lo injusto. Una y otra vez tengo la sensación de tristeza por haber vuelto, tener que terminar el servicio y que nadie venga después a preguntar si necesitábamos algo, es una mezcla de sensación de abandono e impotencia. Hay muchos compañeros que aunque hayan vuelto quedaron allí, que están muy mal, que aun hoy están muy mal”.
Y añade: “Mi familia me contiene mucho pero sigo y seguiré siempre pendiente una sola cosa, Malvinas. En la lucha por la memoria y el reconocimiento, por dejarle a mis hijos la tierra por la que peleamos un país que sea verdaderamente Argentino que nuestras islas sean nuestras que formen parte de nuestra tierra y a esa mancha de sangre  que quedará por toda la vida que son nuestros soldados que no regresaron, nuestros héroes honrarlos por siempre. Viva la patria, viva las Islas Malvinas”.

 El “General Belgrano” , tocado de muerte en las aguas del Atlántico Sur.


Carlos Luján: “Solamente nosotros
sabíamos del horror de una guerra”

El ex combatiente participó del conflicto del Atlántico Sur como mecánico de la Aviación Naval. Estuvo en suelo malvinense y relató hazañas de pilotos argentinos.  

Carlos Luján junto a un compañero en Malvinas
Carlos Alberto Luján, oriundo de Huinca Renancó (Córdoba) y a los seis años se radicó en nuestra ciudad cuando su padre, ferroviario, Carlos Valentín fue trasladado aquí junto a su madre Emma Ilda Guzmán y su hermana Mónica Sandra.
A los 17 años ingresó a la Armada Argentina como aspirante naval, eligiendo su carrera en Aviación Naval, siendo trasladado en 1978 a la Base Aeronaval Punta Indio, en la provincia de Buenos Aires, destinado a  la Primera Escuadrilla Aeronaval de Ataque, que se componía de aviones de entrenamiento biplaza Aermacchi MB 326 GB, especializándose como mecánico.
El 2 de abril de 1982, desde Punta Indio, fue destacado a Río Grande donde arribaron el 10 de ese mes. En ese momento Carlos tenía 21 años y era Cabo Segundo Mecánico Aeronáutico. El 24 de abril su unidad recibió la orden de trasladarse a las islas Malvinas con siete aviones Aermacchi MB 339, “la mayoría de los mecánicos fuimos a Malvinas en un Fokker F-28 de la Armada Argentina trasladando todos los repuestos y material bélico para  los aviones además de nuestro armamento personal”, rememora.

En el frente de combate

Carlos rememora una fecha específica: el 1 de mayo. “Lo recuerdo –relata- porque fue el primer ataque de los ingleses a las islas y especialmente al aeropuerto. Serían las 4.30 de la mañana y nos dan el alerta roja, estábamos en cabecera de pista cuando divisamos a los Sea Harrier en vuelo rasante ametrallando y bombardeando instalaciones del aeropuerto, torre de control, un hangar donde nosotros teníamos repuestos de los Aermacchi y la pista de aterrizaje”.
“Durante el conflicto, hemos visto aterrizar a los Hércules utilizando el margen sano de la pista trayendo medicamentos, alimentos, etc. Estos pilotos volaban desde el continente a las islas eludiendo a la flota británica, en vuelo rasante para no ser detectados por los radares. Con los motores en marcha y blancos por el salitre del mar, se le descargaba todo el cargamento y volvían  a ras del mar hacia el continente sin ninguna comunicación para no ser escuchado por los ingleses”, recordó.
Luján también rememora hazañas de pilotos argentinos:
“Después del 1 de mayo, todos los días había alerta roja y en varias oportunidades despegaron nuestros aviones para atacar a la flota enemiga, el 3 de mayo a bordo del Aermacchi matrícula 4-A-113, perdimos al Teniente Benítez cuando al aterrizar chocó contra unos acantilados”.
“El 21 de mayo el teniente Crippa, con el Aermacchi 4-A-115, ataca al HMS Argonaut cuando éste hacia operaciones de desembarco en el Estrecho de San Carlos, ametrallándolo con cañones de 30 mm. y cohetes de 105 mm.”
“Días más tarde, el 28 de mayo, despega el Teniente Miguel con el Aermacchi 4-A-114, en una misión de vuelo contra los ingleses en Goose Green y Puerto Darwin donde lamentablemente fue derribado”.

La vuelta a casa
Malvinas , foto tomada por Carlos Luján (1982)

Tras el cese del fuego, y hablando sobre cómo fue el regreso comentó: “ Ya en Capital Federal, no podía creer lo que estaba viendo, porque después de todo lo que nosotros habíamos pasado, en Buenos Aires todo estaba muy distendido y todo transcurría normalmente. Aquí la vida seguía como si nada hubiese pasado, solamente nosotros sabíamos del horror de una guerra. Estuve como seis horas en Retiro esperando que saliera el tren  para Junín, ese viaje fue interminable y llegué pasada la medianoche, me bajé del tren y me fui caminando hacia mi casa, cerca de la cancha de Villa Belgrano.
Cuando tomé calle Jean Jaures, sentí que en el Club Rivadavia había baile, o una fiesta, se escuchaba mucha música y se veía muchos autos  a los alrededores, siempre me acuerdo de eso, porque venía de pasar tantas cosas feas de una guerra y me encontré con otra realidad”.
“Después –agregó- tomé conciencia  de que la vida acá seguía normalmente, como siempre, nadie estaba en situación de guerra, era otra historia. Mis padres me esperaban, yo había llamado a mi madre desde Río Grande para decirle que estaba volviendo, pero ella no sabía cuándo. Ese llamado fue a través de una vecina porque  mis padres no tenían teléfono. El encuentro con mi mamá, papá y hermana fue  de abrazos y llantos y alguna que otra anécdota, nunca pude decirles lo que realmente viví en nuestras Islas Malvinas”.
Luján se retiró de la Armada en 1985, radicándose luego en nuestra ciudad. Sobre la posguerra señala: “Para nosotros,  los veteranos de guerra vino lo peor, la discriminación, la marginalidad y el olvido. De Malvinas no se hablaba. Entré como operario en una empresa química de nuestra ciudad, y tenía como compañero a David Imízcoz, después de compartir horas y horas de trabajo durante cinco años, salió la conversación sobre Malvinas y nos dimos a conocer como veteranos de guerra porque los dos habíamos participado del conflicto, pero en esa época no se hablaba, porque estábamos escondidos y sin identificarnos como tal”.
“Gracias a Dios todo ha cambiado, casi todos los veteranos de guerra de Junín  han conseguido un trabajo digno, formamos el Centro de Veteranos de Guerra “Islas Malvinas” donde hacemos diferentes actividades, entre ellas es la de llevar la historia de Malvinas mediante nuestros relatos a todos los establecimientos escolares que nos requieran y a toda la ciudadanía. Hoy me encuentro casado con Liliana Mabel Meza, mi compañera inseparable y mi contenedora desde hace dieciséis años”, concluyó su relato.


Aldo Omar Rodríguez: el marino que
pudo haber estado en el Belgrano

El ex combatiente, por esas cosas del destino, fue embarcado en el Irizar, utilizado como buque hospital durante el conflicto, a pesar de que fue requerido desde el buque hundido por un submarino inglés.


Aldo Omar Rodríguez, quien durante el conflicto era suboficial de las fuerzas armadas y tripulante del rompehielos “Almirante Irizar”, tras haber pasado también por el crucero “General Belgrano”.
“A comienzos de 1982 –recuerda- se cruzaron los pases: a mi me habían solicitado del Belgrano, por tener conocimiento; pero me mandaron al Irizar, donde quedé en esa unidad; por lo cual, podría haber formado parte de la tripulación del crucero. Lamentablemente, gran parte de la promoción de maquinistas, como electricistas murieron debido a los torpedos que recibieron, ya que estaban por debajo de la línea de flotación”.

El conflicto

Rodríguez, en 1982, ya era papá de dos hijos –rememora-: “Nicolás de 3 años y a Carlos Alberto de 2; Noelia no existía todavía. Me presento en el Rompehielos Irizar y para uno era el mejor; porque contaba con campañas antárticas, y pensaba en la diferencia de dinero que podía hacer. Yo estaba construyendo mi casa acá en Junín”.
Recuerda también que lo primero que se hizo al llegar a Puerto Argentino fue tomar la radio, pasó a ser Radio Argentina y se pasó “La Cumparsita”.
Sobre su misión señala que “íbamos de la isla a Ushuaia o a Comodoro Rivadavia o a Puerto Madryn. Siempre estuvimos dentro del conflicto y fuimos los últimos en volver, trayendo tropas argentinas una vez que se rindieron. Yo regresé a mi casa, los primeros días de julio”.

Testimonios de la guerra

“Durante el conflicto –expresó- el Irizar funcionó como buque hospital. Yo era maquinista y el buque estaba preparado para operar en el hielo, pero nunca pensamos que se convertiría en hospital. Funcionaban tres quirófanos. Al Irizar nunca le pasó nada”.
“Una vez –agrega- navegábamos para la isla llevando pertrechos de guerra, y nos informan que recibiríamos la visita de la Cruz Roja Internacional. Llegaron en helicóptero, pero junto con ellos había infantes ingleses, tipos grandotes de boina roja. Era una inspección al buque para ver que era lo que llevábamos. No me explico cómo, el buque llegó sin problemas a las islas”.
El ex marino reconoció que “siempre estuvimos en situación de riesgo, obviamente, pero nunca sufrimos un gran ataque. Un día, que yo estaba de guardia me enteré de lo del Belgrano y todo cambió. Pensar que yo podría haber estado ahí porque era mi destino. Cuando impactaron los torpedos en el crucero eran las cuatro de la tarde, horario de cambio de guardia. Por ejemplo, si en las máquinas hay diez personas, a las cuatro hay veinte porque es el relevo. Sólo se podían salvar los que conocían muy bien las salidas del buque porque con el ataque quedó a oscuras”.
Un hecho relatado por Rodríguez lo marcó y le hizo reconocer el horror de la guerra: “hace diez años, como soy Testigo de Jehová, estaba predicando por Junín y fui a un negocio. La señora que atendía me dijo: “Aldo ¡vos sos Aldo! ¡Estás vivo!”. El hijo había estado en Malvinas y pensó que yo había muerto”.

Los días de conflicto

“Los días –señala- eran hacer guardia, preocuparse por la familia; y saber que ellos también estaban preocupados. Los comandos nos dejaban hablar por la noche a través de radio; sin dar la ubicación porque siempre estábamos en la cercanía de las islas.
-Hola Susana ¿cómo estás? Cambio.
-Bien, ¿dónde estás? Cambio.
Y no le podía decir. La llamaba al teléfono de la madre, y le decía que se quedara tranquila, que no nos iba a pasar nada; que estábamos seguros”.
Tras la rendición recuerda que “en las últimas navegaciones a las islas, de una tripulación de 120 personas, el buque llevaba cerca de 600 ya que se sumaron prisioneros, heridos y locos. Nunca voy a olvidarme de un soldado que estaba en un rincón del buque, con la cabeza gacha, demacrado. Rígido. Es una imagen que no pude sacar de mi cabeza”.
“Cuando fui a la guerra, por mi formación militar sabía a lo que me enfrentaba y, en ese momento no tomé conciencia de la edad que tenían los conscriptos que iban, eran chicos. Ellos no estaban preparados; se notaba hasta en la diferencia de ropaje: los ingleses tenían trajes térmicos y pasadas determinadas horas de lucha eran reemplazados por otro grupo. Con los argentinos no fue así; ni siquiera pudieron bañarse. En el buque quedó olor por mucho tiempo…Una vez, tuvimos que bajar la temperatura del agua caliente para no producir un shock en los soldados, ya que no recibían agua con temperatura más o menos alta desde hacía mucho tiempo. El frío que sentí en las Malvinas no lo sentí en la Antártida”, relató.
“Volví con mucha bronca por lo que se había vivido. Esa fue una de las cosas que me enfriaron como militar”, sostuvo el ex combatiente quien añade: “Me quedé en La Armada porque ya estaba en el Irizar y como comenté antes, me había empezado a hacer la casa; sino me hubiera ido. Por otro lado, mi contrato se vencía y firmé otro por cuatro años. Era necesario para poder ir a la Antártida. En 1984, aunque me quedaban dos años por delante, gracias a una resolución de Alfonsín, por la cual el que quería irse podía hacerlo, pedí la baja. En Buenos Aires vivía en un lugar con gas natural y calefacción y nos vinimos a Junín con la casa a medio terminar. Así conoció mi mujer las heladas y vio florecer los durazneros, hasta que se acostumbró”.

El regreso

Finalizada la guerra y al recordar los primeros tiempos después del ´82, Rodríguez sostiene: “No se hablaba de la guerra, sentía como que a la gente no le interesaba el tema. Y tampoco se usaba decir “soy veterano de guerra”, eso vino mucho después. Los soldados desembarcaron del buque de noche y en soledad, sin una fanfarria, sin recibimiento. La gente, los que fueron a La Plaza, no tenían conciencia de la guerra: no les cayó una bomba… Es más, recuerdo que estando en el buque, por satélite vimos un partido de Argentina, del Mundial 82 que se jugaba en España: Se estaba en guerra, se gritaba en Plaza de Mayo y había un mundial”.
“Creo que la guerra no sirve para nada. Perdí muchas cosas cuando dejé la carrera militar como un buen sueldo y la obra social para mi familia, pero si hoy tuviera que volver a vivir todo, incluida la guerra, no lo haría; no podría volver a pasar por eso. La guerra no es la forma de resolver el conflicto Muchos dicen que volverían, a mi nunca me picó un proyectil al lado, ni una bomba, pienso que los que sí estuvieron ahí no quieren vivirlo nuevamente. Recién hoy me siento un poco más tranquilo”, concluyó en su relato.

El buque “Almirante Irizar” durante el conflicto de Malvinas, donde fue utilizado como buque hospital.



Hugo Nelson Astrada: “No sabíamos lo que vendría después”


El ex combatiente juninense estuvo embarcado en el portaaviones “25 de Mayo” durante el conflicto bélico de Malvinas.


Hugo Nelson Astrada, cumplió el Servicio Militar Obligatorio incorporado a la Marina, en Puerto Belgrano, Bahía Blanca. Luego del período de instrucción que duró unos 56 días, cada soldado comenzó a ser trasladado a su destino y en este comienzo de su relato, traza un recuerdo de otro joven que había sido incorporado en el mismo tiempo: Ariel Alonso, de la localidad de Morse que lo mandaron a Ushuaia. “Nos habíamos hecho muy amigos, quizás por estar lejos de la familia cuando se iba alguno ¡era un llanto! Algunos se fueron al Crucero General Belgrano… me podría haber tocado a mí”, rememora.
Su destino fue el portaaviones “25 de Mayo” y cuenta una anécdota de esos primeros días: “Cuando entré en el Servicio Militar me preguntaba a qué me dedicaba y dije que era tintorero, porque tenía experiencia por trabajar en la tintorería. Por eso me destinaron allí, porque se produjo una vacante en el lavadero del portaviones”.

La vida en el portaviones

“Allí la cosa cambió –recuerda-, era mejor la comida. Eso era una ciudad. Tenía 1.500 tripulantes. Salimos a navegar varias veces para hacer pruebas con aviones. A Junín pude venir de visita recién a los tres meses y medio”.
Sobre la tarea que llevaba a cabo por aquellos días, antes del conflicto, dice: “Cuando salíamos a navegar aparte de nuestra tarea, recibíamos otras instrucciones. Yo por ejemplo era camillero. Durante la navegación podía sonar una sirena y uno tenía que saber cuál era: zafarrancho de abandono donde cada uno tenía que saber dónde estaban las balsas y agruparse en la cubierta que le correspondiera o zafarrancho de incendio.
A la noche nos encontrábamos todos en la cena: teníamos que hacer la formación con la bandeja, esperar el turno para que nos sirvieran. Charlábamos de todo un poco. Algunos extrañaban más que otros”.
“Creo –agrega- que nunca llegué a conocer el portaviones completo. Tenía 220 metros de largo por 53, y varios pisos para arriba. Me hubiese gustado volver y mostrarle a mis hijos el lugar, pero lamentablemente no está más”.

Los días previos

“Comenzamos a prepararnos como para cualquier navegación, no teníamos idea de lo que se avecinaba”, señala Astrada cuando hace referencia a las jornadas anteriores del 2 de abril de 1982. “La noche del 30 de marzo –cuenta- nos reunieron y nos comentaron que se iban a tomar las Islas Malvinas; que las íbamos a recuperar después de mucho tiempo. Para nosotros era un orgullo, una alegría. No sabíamos lo que vendría después.
Llegamos cuando ya se habían tomado las islas, pero estuvimos muy cerca de la toma. Hasta ahí fue todo alegría. No manejábamos mucha información. Los que estaban en las cubiertas de vuelo que veían salir los aviones quizás sabían un poco más debido al movimiento. Abajo, donde estaba yo, no llegaban muchas noticias”.
Y de esas jornadas recuerda: “En plena guerra, no recuerdo la fecha, fuimos a puerto a buscar víveres. Ya teníamos miedo de que pasara algo; comentábamos con otros compañeros “de está vuelta no sé si volvemos”. Lo tomábamos con un poco de humor pero también con un miedo terrible. Cuando hundieron al Belgrano nos enteramos enseguida, fue el 2 de mayo a las cuatro de la tarde. Hace poco me junté con compañeros que fueron rescatados del agua. Si nosotros estamos mal, doloridos, imagínate ellos”.
“Luego del hundimiento –sigue contando el veterano de guerra juninense- el portaaviones se retiró un poco. Por los diarios, y por dichos de la propia Margaret Tatcher supimos que la idea de ellos era hundir a los dos. Vivimos días de terror pensando en lo que nos podría haber pasado. Acá el que volvió fue porque tuvo suerte. Lo que te queda es eso, y muchas preguntas ¿por qué? ¿Por qué pasó esto y con tantos chicos? No se puede volver atrás pero son cuestiones que están dentro de cada uno de nosotros. En mi caso está todo ese dolor y sufrimiento; y pienso también en la familia de esos chicos… pienso en cómo hubiera estado mi mamá…”.
“Los padres –acota- la pasaban mal, aparte no siempre llegaba información verdadera. Por ejemplo, cuando llegué mi mamá me comentó que había escuchado que también habían hundido al portaaviones. En los diarios y revistas se comentaba que la guerra se iba ganando, y la gente festejaba. Pero no era tan así como decían”.

El regreso

“Fue como cualquiera de las otras navegaciones que hicimos. Fue en plena guerra, yo me vine de baja, porque mi hermano estaba incorporado hacía dos meses y no pueden estar dos hermanos bajo bandera. El era clase 63”, recuerda.
“Creo que después de mi vuelta, el portaaviones no regresó a las islas. El que me hayan guardado el trabajo durante el tiempo del servicio militar me alivió un poco; porque muchos compañeros quedaron desocupados y nadie los quería tomar después de la guerra”, concluye en su relato el ex combatiente.
La guerra en primera persona: Carlos
Garrido, su experiencia y su dolor

El ex combatiente participó del conflicto en el Atlántico Sur del año 1982 al estar alistado en el Regimiento Patricios. “Nos hicieron sentir vergüenza porque habíamos perdido la guerra, toda una cuestión psicológica”, rememora treinta años después. 
Carlos Garrido junto
 a un compañero de
armas en el patio del
regimiento de Patricios,
antes de partir a Malvinas

Carlos Garrido quien al momento del inicio del conflicto estaba realizando el Servicio Militar Obligatorio en el Regimiento de Patricios siendo movilizado el martes 13 de abril de 1982. El primer destino en Malvinas fue la zona del aeropuerto y en este punto rememora Garrido un hecho traumático “Al mediodía hubo una orden de salir de ahí, del costado de la costa del aeropuerto (A Dios gracias, porque allí fueron los bombardeos del 1 de mayo), nos mandaron para adentro. Cerca de ahí, nos hicieron armar una carpa y que nos quedáramos. Me mandaron a hacer una guardia y la carpa estaba toda mojada. Fue ahí cuando quise suicidarme, pero pensé en mi vieja… después vino un oficial, me pegó un cachetazo y me hizo correr para que entrara en calor y me dio un jarrito con cognac. No podía hablar, no podía doblar los dedos, estaba congelado. Estábamos todos en la misma,  pero en ese momento me agarró a mi”.
“Habían pasado cuatro o cinco días y ya estábamos acostumbrados al frío, a la mugre. Ya había logrado ir de cuerpo sin papel higiénico; a veces usaba sobres de carta, pero eso fue mucho más adelante, cuando comenzaron a llegarme”, rememora el ex combatiente y agrega: “Si la guerra duró 74 días, habré estado en ese lugar 64 más  una semana que estuve de prisionero. Volví el 22 de junio. Todo esto está escrito, día a día, en el pozo de Malvinas; lo escribió un compañero que lo dejó enterrado, envuelto en plástico porque los ingleses te sacaban todo”.

Prisionero

“Yo volví como prisionero de los ingleses”, recuerda.
“Me acuerdo –dice Garrido- de haber pasado varias revisaciones por parte de ellos. Veníamos caminando en fila y traíamos un arma dividida que la tiramos para un costado. A uno le encontraron un chocolate “Águila” y un soldado se lo sacó, no entendíamos por qué no podía tener un chocolate. Quizás lo quería para él,  pero un cabo primero que estaba con nosotros se lo agarró enseguida y lo pisó, no lo comemos nosotros, pero ellos tampoco”.
Y siguió relatando: “Nos llevaron a un buque inglés en gomones y nos mandaron a la bodega.  Allí me encontré con un amigo de la infancia. Nos dieron de comer una especie de carne con un pancito lactal. Pudimos afeitarnos y pusieron tablas con baldes de agua para lavarnos. Le sacaron toda la autoridad a los cuadros suboficiales: éramos todos iguales. Bajamos en Puerto Madryn, en fila”.

Un largo camino a casa

“Nos hicieron correr y rápido entrar en un galpón. Nos dieron un mate cocido y pan. Nada había cambiado, habíamos hecho todo el sacrificio para volver a lo mismo.  Fue como separarse y tratar de reconquistar a tu pareja, sea hombre o mujer, y decir “vuelvo” y es siempre la misma historia. Pero no había solución, era nuestro país”, señala Garrido cuando habla sobre el regreso al continente tras la guerra.
Y agrega: “De ahí algunos se fueron en un avión, a mi me metieron en otro. Yo quería comer otro pan ¿Sabes lo que era comer un pan? estaba muerto de hambre, pero me gritaban que fuera, que se iba el avión. A todo esto seguíamos con la misma ropa, doloridos, no podíamos caminar por los “pies de trinchera”. Sólo queríamos volver a casa. En el Palomar nos tuvieron un par de días incomunicados, porque no teníamos teléfonos. Sí había uno público; como en mi casa no había teléfono llamaba al de una vecina, pero atendía y se cortaba”.
“Esos días ni comí. Estaba el Mundial y  había una tele color para verlo. Nos dieron de comer de todo. Era como que nos tenían que tranquilizar. Nos hicieron bañar, nos cambiaron la ropa: lo que pedíamos nos daban. Yo estaba con fiebre y vómitos, casi cuarenta de fiebre y no me podía levantar de la cama. Nos hicieron firmar un papel que decía que “Nada había pasado”, algo así, porque sino no salíamos. Firmamos, la cuestión era salir”, recordó.
“Vimos gente afuera que quería saber. Después me enteré que entre esa gente estaba mi viejo había ido desde mi casa, que era lejos, para ver si me veía. Lo hizo por contactos militares, pero no lo dejaron pasar.  De El Palomar, luego de dos días, fuimos al Regimiento, todos bañaditos y cambiados, pero todavía con mugre pegada, si ni siquiera habíamos usado papel higiénico. No salía por más que nos laváramos”, siguió comentando Garrido al referirse al regreso al continente.
Más adelante en su relato, detalla el reencuentro con su familia al arribar al Regimiento Patricios en Capital Federal: “Me acuerdo la cara de mi vieja, abrazándome y yo que no podía hablar. Esto fue el 22 de junio.  Mis hermanas saltaban y mi vieja me miraba para ver si estaba entero. Creo que algunas palabras cruzamos. Lo primero que hice fue irme al club, quería ver a mis amigos. No fue nada de lo que yo esperaba, fue como si me hubieran visto ayer. Algunos me miraban con caras como diciendo “volvió”.
Pero esa vuelta también resultó traumática: “Después vinieron cuarenta días en los que no me bajaba la fiebre; llegué a estar internado, no podía moverme, ni caminar porque continuaba sufriendo pies de trinchera. Empecé a ir todos los días al hospital, dos enfermeras me masajeaban las piernas; también me daban ejercicios respiratorios. Era todo producto de los nervios, es el día de hoy que me pongo nervioso y me falta el aire”.

La reinserción

“A la semana de volver –cuenta-, yo ya quería trabajar; retomar mi puesto en el taller de refrigeración donde estaba antes de la guerra. Volví, retomé el taller, y a fin de año fui a pedir trabajo como veterano de guerra. Me mandaron a la Cámara Electoral. Allá trabajaba de 13 a  19. Todo el día escribiendo a máquina las tarjetas de las elecciones. Luego de un tiempo, dejé el taller y, como tenía amigos que eran dueños de una confitería en el centro, me quedaba con ellos hasta las 5 de la mañana. Veinte años, soltero, no tenía que darle explicaciones a nadie. Incluso mi viejo, cuando llegué, me puso un paquete de dólares en la mano y me dijo “No trabajes, andá y gastalos”. Se la devolví. No me interesaba”.
“Muchas veces –agrega- me invitaron a lugares, a cafés concert, que cuando entraba me aplaudían por haber estado en Malvinas. Pero a mi esa situación me avergonzaba. Era esa vergüenza que nos hicieron sentir al volver porque habíamos perdido la guerra, toda una cuestión psicológica. Yo era pibe, no entendía nada y empecé a decir cada vez menos que era veterano de guerra. Después sí me hizo bien alistarme en los centros de veteranos, porque ya no me sentía solo. Fue muy bueno”.
“Así siguió mi vida, siempre perdido; siempre que llegaba un 2 de abril era llorar y llorar, desaparecer de todos lados.  Pasé noches enteras sin dormir, no podía; de hecho, hoy en día soy de dormir muy poco. Mas de veinte años después, logro estabilizarme laboralmente desempeñándome en el área Veteranos de Guerra dentro del PAMI”, cerró Garrido su relato.


Hugo Nelson Astrada: “No
sabíamos lo que vendría después”


El ex combatiente juninense estuvo embarcado en el portaaviones “25 de Mayo” durante el conflicto bélico de Malvinas.  

Nelson Astrada (foto), cumplió el Servicio Militar Obligatorio incorporado a la Marina, en Puerto Belgrano, Bahía Blanca. Luego del período de instrucción que duró unos 56 días, cada soldado comenzó a ser trasladado a su destino y en este comienzo de su relato, traza un recuerdo de otro joven que había sido incorporado en el mismo tiempo: Ariel Alonso, de la localidad de Morse que lo mandaron a Ushuaia. “Nos habíamos hecho muy amigos, quizás por estar lejos de la familia  cuando se iba alguno ¡era un llanto! Algunos se fueron al Crucero General Belgrano… me podría haber tocado a mí”, rememora.
Su destino fue el portaaviones “25 de Mayo” y cuenta una anécdota de esos primeros días: “Cuando entré en el Servicio Militar me preguntaba a qué me dedicaba y dije que era tintorero, porque tenía experiencia por trabajar en la tintorería. Por eso me destinaron allí, porque se produjo una vacante en el lavadero del portaviones”.

La vida en el portaviones

“Allí la cosa cambió –recuerda-, era mejor la comida. Eso era una ciudad. Tenía 1.500 tripulantes. Salimos a navegar varias veces para hacer pruebas con aviones.  A Junín pude venir de visita recién a los tres meses y medio”.
Sobre la tarea que llevaba a cabo por aquellos días, antes del conflicto, dice: “Cuando salíamos a navegar aparte de nuestra tarea, recibíamos otras instrucciones. Yo por ejemplo era camillero. Durante la navegación podía sonar una sirena y uno tenía que saber cuál era: zafarrancho de abandono donde cada uno tenía que saber dónde estaban las balsas y agruparse en la cubierta que le correspondiera o  zafarrancho de incendio.
A la noche nos encontrábamos todos en la cena: teníamos que hacer la formación con la bandeja, esperar el turno para que nos sirvieran. Charlábamos de todo un poco. Algunos extrañaban más que otros”.
“Creo –agrega- que nunca llegué a conocer el portaviones completo. Tenía 220 metros de largo por 53, y varios pisos para arriba. Me hubiese gustado volver y mostrarle a mis hijos el lugar, pero lamentablemente no está más”.

Los días previos

“Comenzamos a prepararnos como para cualquier navegación, no teníamos idea de lo que se avecinaba”, señala Astrada cuando hace referencia a las jornadas anteriores del 2 de abril de 1982. “La noche del  30 de marzo –cuenta- nos reunieron y nos comentaron que se iban a tomar las Islas Malvinas; que las íbamos a recuperar después de mucho tiempo. Para nosotros era un orgullo, una alegría. No sabíamos lo que vendría después.
Llegamos cuando ya se habían tomado las islas, pero estuvimos muy cerca de la toma. Hasta ahí fue todo alegría. No manejábamos mucha información. Los que estaban en las cubiertas de vuelo que veían salir los aviones quizás sabían un poco más debido al movimiento. Abajo, donde estaba yo, no llegaban muchas noticias”.
Y de esas jornadas recuerda: “En plena guerra, no recuerdo la fecha, fuimos a puerto a buscar víveres. Ya teníamos miedo de que pasara algo; comentábamos con otros compañeros “de está vuelta no sé si volvemos”. Lo tomábamos con un poco de humor pero también con un miedo terrible. Cuando hundieron al Belgrano nos enteramos enseguida, fue el 2 de mayo a las cuatro de la tarde. Hace poco me junté con compañeros que fueron rescatados del agua. Si nosotros estamos mal, doloridos, imagínate ellos”.
“Luego del hundimiento –sigue contando el veterano de guerra juninense- el  portaaviones se retiró un poco. Por los diarios, y por dichos de la propia Margaret Tatcher supimos que la idea de ellos era hundir a los dos. Vivimos días de terror pensando en lo que nos podría haber pasado. Acá el que volvió fue porque tuvo suerte. Lo que te queda es eso, y muchas preguntas ¿por qué? ¿Por qué pasó esto y con tantos chicos? No se puede volver atrás pero son cuestiones que están dentro de cada uno de nosotros. En mi caso está todo ese dolor y sufrimiento; y pienso también en la familia de esos chicos… pienso en cómo hubiera estado mi mamá…”.
“Los padres –acota- la pasaban mal, aparte no siempre llegaba información verdadera. Por ejemplo, cuando llegué mi mamá me comentó que había escuchado que también habían hundido al portaaviones. En los diarios y revistas se comentaba que la guerra se iba ganando, y la gente festejaba. Pero no era tan así como decían”.

El regreso

“Fue como cualquiera de las otras navegaciones que hicimos. Fue en plena guerra, yo me vine de baja, porque mi hermano estaba incorporado hacía dos meses y no pueden estar dos hermanos bajo bandera. El era clase 63”, recuerda.
“Creo que después de mi vuelta, el portaaviones no regresó a las islas. El que me hayan guardado el trabajo durante el tiempo del servicio militar me alivió un poco; porque muchos compañeros quedaron desocupados y nadie los quería tomar después de la guerra”, concluye en su relato el ex combatiente.


ARA Veinticinco de Mayo


El ARA Veinticinco de Mayo (V-2) (POMA), portaaviones ligero (PAL) de la Clase Colossus, fue la segunda nave de este tipo que contó la Armada Argentina, fabricado en el astillero Camell Laird & Co. de Birkenhead, Reino Unido, sirvió en ese país y en la Armada del Reino de Holanda, finalmente fue transferido a la Argentina –fue adquirido en 1968-, donde prestó servicios durante casi 20 años. Por su actuación en la Guerra de Malvinas fue condecorado.
Desde 1970, el barco se constituyó en Nave Almirante de la Flota y participó, anualmente, en varias maniobras y ejercicios y visitó por primera vez el Puerto de Buenos Aires.
En 1982 para la Guerra de Malvinas el buque tuvo una participación activa, cubriendo con sus medios de su GAE (Grupo Aéreo Embarcado),  las operaciones del desembarco del 2 de abril. Hacia fines de abril, se diseñó un ataque por parte de sus aviones Douglas A-4Q, guiados desde los Grumman S-2 Tracker, que ya habían detectado a la flota inglesa. Diversos factores impidieron dicho ataque y ante la posibilidad de ser atacado por los submarinos de propulsión nucleares británicos, fue replegado hacia aguas menos profundas (que imposibilitaban la operación segura de dichos submarinos). De regreso, sus medios atacaron un POSSUB (posible submarino) inglés, con resultado nunca confirmado. Su GAE atacó a las fuerzas inglesas pero operando desde bases en el territorio continental argentino. En reconocimiento por su actuación en la contienda, por Resolución COAR N ° 08/83 se ortorgó a la unidad, la condecoración "Operaciones en Combate".
Hacia fines de 1988 se dispuso un ambicioso programa de modernización del buque en el Astillero Río Santiago que incluiría el cambio de su planta propulsora y toda la electrónica del mismo. La crisis económica desatada en el primer semestre de 1989 pulverizó el presupuesto asignado, y la actualización fue abandonada. El buque no volvió a navegar operativamente.
Varias de sus piezas comenzaron a ser canibalizadas y vendidas a la Marina de Brasil.
Por resolución del Presidente de la Nación Carlos Saúl Menem, (BNC N° 6 del 5 de marzo de 1997) se pasó a la unidad de receso temporario para modificación o modernización a la de radiación para su venta a partir del 1 de febrero de 1997. En el 2000, finalmente, fue enviado al Puerto de Alang (India) donde fue desguazado.



















 

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