Aquel recordado y siempre querido padre Santiago Ghío

Han pasado muchos años, pero pese al tiempo transcurrido la figura de aquel inolvidable cura del Barrio Belgrano que se llamó Santiago Ghío, queda viva en el recuerdo de los que tuvieron la dicha de conocerlo. Quizás sea un atrevimiento trazar una semblanza de este sacerdote de la Congregación de Hijos de María Inmaculada, pues es inmensa la dimensión total del trabajo apostólico que realizó. Solamente se trata de traer algo de ese "gringo gaucho" que con denodado trabajo, supo transformar aquel "Villa" que iba creciendo paralela a las vías del ferrocarril.

Nació en Bosio, un pueblo de la provincia de Alejandría, Italia. realizó sus estudios en Génova y en la Universidad Gregoriana de Roma donde se doctoró en Filosofía. Deseoso de transmitir el Evangelio a sus hermanos en la fe, obediente al mandato de sus superiores, arribó a la Argentina en 1935, instalándose en la humilde parroquia donde desplegó por muchos años su labor pastoral. Tiempos difíciles vivía la nación, a la que no podía sustraerse nuestra ciudad. Luego de soportar una gran crisis como la del año ´30, se comenzaba la recuperación despaciosa y estoicamente, y es allí donde aparece su figura.

Un país nuevo, un idioma desconocido, gente extraña y un sector de la ciudad que comenzaba a tomar visos de barriada. Todo era sencillo, simple. Con muchos "paisanos", y otros venidos de muy lejos, en busca de nuevos horizontes. Así era aquello que se llamó en su momento "Tierra del Fuego", como queriendo significar con ese nombre la dureza del medio.

Y el sacerdote comenzó su obra. Siembra la semilla del Evangelio, de la amistad en un medio difícil. Se identificó plenamente con todos ellos y tendió la mano para quien sintiera deseos de apretarla en procura de conseguir la paz para su alma. Mano que sirvió para acariciar a los niños que se acercaban sin temor hacia aquel que les sonreía, mano que supo consolar al afligido y que dio ánimo al angustiado, levantó al caído y perdonó en nombre de Dios. Y por sobre todo, quién no recuerda la alegría de vivir que ostentaba en su rostro, en la palabra y en el gesto, en ese andar sin pausa a través de las calles de tierra, de las quintas bien cultivadas y del mate dulce "a lo gringo".

Así, entrando cada vez más en la gente, porque la gente lo fue descubriendo, siguió su derrotero de evangelización, además de buscar cristalizar obras que pudieran mejorar el aspecto educativo del sector. En 1945 concretó en el local de la Escuela Nro. 18 el ciclo primario nocturno, con perfeccionamiento posterior en los cursos de la Escuela profesional que funcionaba en el mismo establecimiento. Toda iniciativa comunitaria tenía favorable respuesta. Rápidamente trataba de ponerla en marcha. También era el receptor de inquietudes por parte de las sociedades de fomento e instituciones en general, brindando el consejo más eficaz para el cometido.

Fue un maestro en todo el sentido de la palabra. Supo enseñar a todos aquellos que quisieron perfeccionarse en las verdades de Dios como en la filosofía de lo cotidiano. Dio permanentemente su opinión sobre aspectos que podían comprometerlo ante el pensamiento divergente de los demás, sin temor. El hacer fue su constante y la gran obra comenzó a gestarse en su mente y logró luego de ingentes sacrificios la concresión de lo que es hoy la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.


Comentarios


 



 



 


 







 


LA ACTUALIDAD