Las enseñanzas del "Caso Dorrego"

(Télam, por Hernán Brienza).-Siempre me llamó la atención las palabras del poeta unitario Juan Cruz Varela un día después del golpe de Estado que derribó a Manuel Dorrego el 1 de diciembre de 1828.
Escribió que el pueblo ya no dominaba y que debería volver a su lugar, que eran las cocinas. Sospecho que ese verso identificaba plenamente lo que pensaban los sectores dominantes de aquellos años sobre el pueblo.
Porque lo que no soportaron los políticos y los intelectuales de la burguesía comercial porteña es que el líder del Partido de los Populares –como se llamó en un principio el Partido Federal-, el “padrecito de los pobres”, como lo llamaban los orilleros, gobernara y llevara adelante un proyecto diferente al de ellos.
Por eso lo mataron. Por eso cortaron “la cabeza de la hidra”, como le escribió Varela a Juan Lavalle, el autor material del crimen. Porque querían ejemplificar al pueblo para que supiera que no debía osar gobernar nunca más en la Argentina.
Es interesante la vida de Dorrego: valiente soldado, joven irrespetuoso, periodista irreverente, brillante polemista, federal doctrinario, patriota convencido, idealista hasta la tontera, liberal por convicción, demócrata empecinado, corajudo en las batallas y en las lides políticas, americanista, bolivariano. Un protagonista de la historia sepultado porque era incómodo para todos. Especialmente para la historia oficial que no podía explicar por qué lo liberales unitarios habían derrocado un gobierno leal y legítimo y habían fusilado al mandatario.
Dorrego fue el primer defensor del voto universal; su federalismo es doctrinario y no intuitivo (su discurso en la Legislatura sobre las economías regionales es imperdible); y se entrevista varias veces con Simón Bolívar en 1826 para pedirle que los ejércitos republicanos del continente se unan contra los imperiales en Brasil, porque era un convencido de que América debía ser una Confederación de naciones –por estos años, el libertador del norte organiza el célebre Congreso Anfictiónico de Panamá al que Argentina no concurre por decisión de Bernardino Rivadavia-.
Pero lo más interesante es su plan de gobierno: reducción de deuda pública enfrentando al capital financiero inglés, desmonopolización de los productos de necesidad básica y control de precios de productos como el pan, extender la frontera para aumentar la producción agrícola-ganadera, intento de confeccionar una Constitución federal con el apoyo de las provincias frente al centralismo porteño y la defensa de la integridad del territorio nacional.
Por último, Dorrego tiene algo para decirnos respecto del quiebre de las democracias. El golpe de diciembre de 1828 es la matriz de la mayoría de los golpes de Estado del siglo XX: el de 1930, 1955, 1966 y 1976. Como si se tratara de un cuento borgeano en que lo actores repiten una y otra vez las misma bazas.
No tengo comprobada la hipótesis en los demás países de Latinoamérica, pero a priori me animaría a decir que el modelo se repite en otros rincones del continente. Por eso la aparición de Manuel en la cumbre de la UNASUR no es inocente.
Rafael Correa, un presidente popular, era víctima de un golpe de Estado que ponía en peligro su propia vida. Y Dorrego estaba allí, como un recuerdo, como un llamado de alerta, como un toque de atención. Posiblemente, no haya mejor homenaje en este año de los Bicentenarios latinoamericanos para Manuel que el hecho de que su figura y su triste final sirva para alumbrar la defensa de la democracia en nuestros países. Si es así, ni su muerte ni su olvido fueron en vano.

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