Jorge Correa: “El trabajo de cartero lo hace a uno andar por la calle y ser libre”
Pasó casi cuatro décadas en el Correo. Estuvo por distintos lugares y recaló en Junín, donde se desempeñó repartiendo sobres por más de 30 años.
Jorge Correa nació en un pequeño pueblito cordobés llamado San José de la Dormida, ubicado al Norte de Jesús María.
Es el décimo de trece hijos, de un matrimonio que se dedicaba a trabajar una pequeña chacra.
Jorge hizo la primaria en una escuela rural y para seguir estudiando debería haberlo hecho en el pueblo, pero estaba “a dos leguas y media”, por lo que le fue imposible hacer el secundario.
Entonces, una vez que terminó la primaria, se quedó trabajando en el pequeño campo familiar, una tarea muy difícil y sacrificada, que continuó hasta que cumplió 20 años, cuando debió ingresar en el servicio militar.
Cuando terminó los 12 meses de conscripción en Uspallata, regresó a su pueblo y, ahí sí, hizo todo tipo de tareas, siempre relacionados con la actividad rural: se dedicó a la recolección de maíz, juntó papas en Balcarce, trabajó emparvando el maní para que después fuera trillado, “todos trabajos brutos”, dice, sonriente.
Al Correo
Correa realizó todas estas labores hasta los 25 años, cuando entró al Correo Argentino: si bien fue nombrado en su pueblo, nunca llegó a trabajar allí ya que, enseguida, lo designaron a la localidad bonaerense de Nueve de Julio.
Al Correo
Correa realizó todas estas labores hasta los 25 años, cuando entró al Correo Argentino: si bien fue nombrado en su pueblo, nunca llegó a trabajar allí ya que, enseguida, lo designaron a la localidad bonaerense de Nueve de Julio.
En esa ciudad se desempeñó en la construcción y la extensión de las líneas telegráficas. Allí estuvo un año y luego lo trasladaron a Junín, donde realizó el mismo trabajo. “Acá arreglábamos las líneas que van a Rafael Obligado, a Chacabuco, a Vedia, todas”, explica.
Durante ocho años hizo ese trabajo en Junín, hasta que el Correo lo transfirió a San Juan, para seguir haciendo la misma actividad: “Allá me mudé con mi esposa, porque ya me había casado. Me instalé en un pueblito que se llama Albardón, donde tuvimos que hacer una línea nueva”.
Dos años más tarde tuvo que volver a hacer las valijas, cuando lo destinaron a Guandacol, en La Rioja.
Estuvo aproximadamente siete meses en los que -además de trabajar a destajo- se la pasó haciendo numerosas gestiones, porque quería regresar a nuestra ciudad.
Su perseverancia no le permitió volver a Junín, aunque sí logró el traslado a una ciudad cercana: Chacabuco.
En esta localidad pasó a hacer otra tarea, la de “guarda hilo”: controlaba el estado de las líneas y cuando había alguna denuncia o información sobre un desperfecto, salía con la bicicleta a recorrer toda la línea hasta descubrir dónde estaba el problema. “A veces me tenía que ir hasta Cucha Cucha o más allá”, cuenta.
Un cartero en Junín
En el último tiempo en Chacabuco, Jorge había empezado a trabajar como cartero. Fue así que, cuando alcanzó -finalmente- su ansiado traslado a Junín, llegó a la ciudad para hacer esa actividad: repartir los sobres.
El cambio logró concretarlo gracias a que un empleado de esta sucursal quiso irse a Chacabuco, entonces hicieron el “trueque”, y Correa regresó a Junín.
“Siempre disfruté el reparto de cartas -cuenta-, porque hablaba con todo el mundo, me hacía amigos y eso era muy lindo. El trabajo de cartero lo hace a uno andar por la calle y ser libre”.
Su tarea consistía, primero, en “organizar todo el recorrido”, para después hacer el reparto.
En su larga trayectoria, Correa tuvo distintas zonas: “Estuve mucho tiempo haciendo el barrio El Picaflor, desde el centro hasta más allá de Primera Junta; también hice el recorrido desde el centro, pero para el otro lado, pasando Pastor Bauman; anduve en Barrio Belgrano y en la zona donde vivo ahora, que es el barrio Libertad, fui yo el primero que hizo el reparto”.
Según dice, a él le gustaban “todos los barrios” y a todos lados iba en bicicleta, más allá de lo que sucediera con el clima, “llueva o truene”, arreglándoselas como podía en las calles de tierra. “Por eso yo digo que ése es un trabajo lindo, pero sacrificado”, aclara.
En la calle “pasan muchas cosas”, desliza Jorge, que tiene un rosario de anécdotas. Muchas veces le ha sucedido de tirar la carta desde la bicicleta hasta la entrada de una casa y el viento se la voló hasta el techo. “Tenía que ir a avisar a los dueños de casa que tenían una carta en la terraza”, dice y se sonríe.
De aquellos años, evoca casi con nostalgia que “antes, la gente conocía al cartero de su barrio, lo invitaban a tomar mate, o algo fresco en verano”, y sentencia: “Había otra confianza”.
Tanto era así que, en algunas casas, Correa tenía autorización para ingresar en caso de que no hubiera nadie. “Podía entrar para dejar la carta, el impuesto o lo que fuera”, comenta destacando que “eso ahora sería imposible”.
Además, los hábitos de esos años incluían regalos de todo tipo, por eso, cuando llegaba fin de año, Correa recibía “un montón de cosas”. Si hasta se acostumbraba, “en los casos en que se trabajaba bien”, a dar propinas al cartero.
Los fines de año eran, también, los momentos que más trabajo había porque se enviaban muchos saludos, cartas y tarjetas para las fiestas.
En realidad, lo que remarca Jorge es que, en general, hace 10 o 20 años, había mucho más trabajo para los carteros. “Antes se mandaba mucha más correspondencia y no solo venían las cartas, también estaban todos los impuestos”, señala.
Es que, se sabe, la tecnología, el correo electrónico e Internet, modificaron los hábitos y las formas de comunicarse.
“En mi última época en el Correo -recuerda- ya había menos cartas particulares, y se repartían, más que nada, impuestos y publicidad. En los viejos tiempos llegaban un montón de cartas, de todos lados del mundo, ahora ya no las manda nadie”.
Por entonces, la correspondencia epistolar era moneda corriente y las cartas las repartían los carteros en bicicletas, que -curiosamente- eran propiedad de los mismos trabajadores, como explica Correa: “Si se rompía la bicicleta, había que pasar por la bicicletería para que se la arreglen. Yo tengo la misma desde la época que estaba en Chacabuco, a mí el Correo no me dio una bicicleta y tampoco me pagaba los arreglos, de eso nos encargábamos los empleados. Yo iba a ‘Bruno’ que siempre dejaba lo que estaba haciendo y me atendía a mí, porque tenía una muy buena relación y él sabía que era mi herramienta de trabajo”.
Lo que también rescata Jorge del plantel de entonces, es que había “mucho compañerismo y mucha responsabilidad”, y ejemplifica: “El día que había muchas cartas se trabajaba hasta terminar el reparto, aunque hubiera que pedalear una o dos horas más de lo normal. Y cuando uno no iba, el resto de los compañeros nos repartíamos el trabajo de ése para hacerlo entre todos y que no quedara pendiente”.
En ese marco, la conducta de Correa fue intachable: “Yo jamás llegué tarde y no faltaba nunca, por más que estuviera enfermo. Cada vez que entraba un empleado nuevo era yo el que le enseñaba a hacer el trabajo, le explicaba cómo era el recorrido, cómo se ordenaban las cartas, todo, porque eso es lo fundamental para un cartero: si uno no planifica bien el recorrido, cuando hace el reparto da vueltas de más y tarda demasiado”.
Con todo, Jorge se reserva una crítica al cambio de vientos en este sentido: “Ahora es muy común que se entreguen los impuestos ya vencidos y eso, antes, era imposible. Yo no sé si esto se da porque no se organizan bien, o porque tienen mucho trabajo, pero lo cierto es que llega todo vencido”, se lamenta.
Después del Correo
Luego de 37 años de servicio, en el año 2000 Correa dejó su puesto en el Correo Argentino, a partir de un retiro voluntario que le ofrecieron.
Sin embargo, siguió en ese rubro: “Cuando me fui, seguí trabajando en lo mismo y lo hice hasta hace poco tiempo, en repartos particulares y para correos privados: repartí impuestos, boletas de telefónica, del canal, y varias cosas más”.
Es que no quería bajarse de la bicicleta. Ni siquiera su propia familia podía convencerlo de que dejara de trabajar, y fue el paso del tiempo y algunos pequeños “achaques” propios de la edad, los que lo decidieron a abandonar el reparto, hace menos de dos años.
“La verdad es que no extraño el trabajo, porque cada tanto sigo andando en bicicleta”, cuenta.
Al momento de hacer un balance de su trabajo, Correa enfatiza que está “conforme” con lo que hizo en el Correo. “Para mí fue mi segunda casa -sostiene-, lo que tengo, lo tengo gracias al correo, tengo mi casa, mi hijo estudió, y por eso estoy satisfecho”. Y ratifica: “A mí nunca me gustó estar en una oficina bajo patrón, el trabajo me gusta en la calle, libre”.
Comentarios
Publicar un comentario