En la edición del sábado 14 de enero de 2012, el diario La Nación, en su sección Rincón gaucho, publica la siguiente nota sobre el religioso benedictino e historiador:
El legado del padre Meinrado Hux
Llegó desde su Suiza natal en 1948 y dedicó su vida a la oración y al estudio de la historia argentina
Por Jorge Rojas Lagarde |
En 1948 llegó a nuestras pampas, para ser más preciso a General Viamonte (llamado también Los Toldos), provincia de Buenos Aires, un grupo de doce monjes benedictinos para fundar en pleno campo un monasterio de la orden. Entre ellos se encontraba un joven sacerdote de unos 25 años, el padre Meinrado Hux. El objeto de la fundación, como el de todos los monasterios benedictinos, es servir de asiento a un grupo de monjes que se dedican tiempo completo a la oración y al trabajo en un ambiente de reclusión y de silencio, propicio para facilitar el acercamiento a Dios.
Yo tenía por costumbre, a partir de la década del 70, concurrir periódicamente al monasterio, a veces con mi mujer, a veces solo, haciendo una pausa en mis actividades para tener unos días de aislamiento y recogimiento interior. Allí trabamos buena amistad con el padre Hux pues compartimos no solo los elevados motivos que nos llevaban allí sino un común gusto por la historia de nuestras pampas.
Porque el padre Meinrado era un gran historiador, un historiador por vocación, que en forma casi natural, ya que las tierras del monasterio lindaban con las que en el siglo XIX el gobierno había cedido a la tribu de Coliqueo, comenzó a estudiar la apasionante trayectoria de esa agrupación indígena desde su lugar originario en Chile hasta nuestras pampas. Su primer libro fue Coliqueo, el indio amigo de Los Toldos. Es una historia apasionante que se lee como una novela sin serlo, pues forma parte de lo que se conoce como "la conquista del desierto", pero que se narra desde la tribu y no desde la temática militar como casi todo lo producido hasta entonces.
En sus visitas a archivos y bibliotecas acumuló una ingente cantidad de datos, que cuidadosamente clasificados y fichados -tarea tediosa si las hay- le hizo concebir un gran proyecto que fue el escribir cinco tomos con las biografías de unos 200 caciques y capitanejos de nuestra zona sur. Obra monumental, jamás superada y citada por todos los que escribieron después. Como un subproducto de estos trabajos publicó una guía bibliográfica en dos tomos que registra unos seis mil títulos de libros y seiscientos mapas; ayuda inestimable para orientar al lector. Otros libros y multitud de artículos sobre temas afines completaron una frondosa bibliografía.
Además, se ocupó por rescatar y dar a conocer textos de terceros, ignorados o de difícil acceso, y los editó con cuidado y sapiencia. Vieron luz las memorias de Electo Urquizu, pulpero entre los indios y luego fundador de Los Toldos; las de Santiago Avendaño, cautivo de los ranqueles (en dos tomos), y los diarios del padre Salvaire, gestor de rescate de cautivos, y de Claraz, explorador suizo. También organizó en el mismo monasterio un Museo del Indio, que reúne piezas de gran valor. Su simpatía estuvo siempre de lado del indio, pero fue una simpatía acotada por la veracidad y el sentido común.
Por motivos de fuerza mayor y ajenos a mi voluntad, durante cuatro o cinco años no pude concurrir al monasterio y visitar a mi amigo, pero seguimos en contacto por teléfono o mail. Así supe de la declinación de su salud y su imposibilidad de viajar a Buenos Aires, pero en octubre del año pasado yo pude volver a Los Toldos. Me recibió con una sonrisa y un abrazo. Disminuido físicamente, lo encontré fuerte y con su calidez y razonamientos intactos. La impresión fue de una gran paz. Hablamos mucho pese a su voz baja y débil y a mis oídos duros. Estuvimos realmente a gusto.
En los meses siguientes fui recibiendo noticias de él, todas preocupantes, hasta que a principio de noviembre me informaron de su fallecimiento. Meinrado Hux tuvo una vida de contrastes, nació en un alto valle alpino, en un paisaje de tarjeta postal delicioso, pero vivió y adoptó la pampa sin límites, la de las heladas y los solazos; de los pamperos y las polvaredas. Su vida estuvo centrada en la adoración y el servicio de Dios, pero tuvo con la tierra una relación vigorosa. De él bien puede decirse: "Vivió con la mirada en el cielo pero no en las nubes y los pies en la tierra pero no en el barro"..
El legado del padre Meinrado Hux
Llegó desde su Suiza natal en 1948 y dedicó su vida a la oración y al estudio de la historia argentina
Por Jorge Rojas Lagarde |
En 1948 llegó a nuestras pampas, para ser más preciso a General Viamonte (llamado también Los Toldos), provincia de Buenos Aires, un grupo de doce monjes benedictinos para fundar en pleno campo un monasterio de la orden. Entre ellos se encontraba un joven sacerdote de unos 25 años, el padre Meinrado Hux. El objeto de la fundación, como el de todos los monasterios benedictinos, es servir de asiento a un grupo de monjes que se dedican tiempo completo a la oración y al trabajo en un ambiente de reclusión y de silencio, propicio para facilitar el acercamiento a Dios.
Yo tenía por costumbre, a partir de la década del 70, concurrir periódicamente al monasterio, a veces con mi mujer, a veces solo, haciendo una pausa en mis actividades para tener unos días de aislamiento y recogimiento interior. Allí trabamos buena amistad con el padre Hux pues compartimos no solo los elevados motivos que nos llevaban allí sino un común gusto por la historia de nuestras pampas.
Porque el padre Meinrado era un gran historiador, un historiador por vocación, que en forma casi natural, ya que las tierras del monasterio lindaban con las que en el siglo XIX el gobierno había cedido a la tribu de Coliqueo, comenzó a estudiar la apasionante trayectoria de esa agrupación indígena desde su lugar originario en Chile hasta nuestras pampas. Su primer libro fue Coliqueo, el indio amigo de Los Toldos. Es una historia apasionante que se lee como una novela sin serlo, pues forma parte de lo que se conoce como "la conquista del desierto", pero que se narra desde la tribu y no desde la temática militar como casi todo lo producido hasta entonces.
En sus visitas a archivos y bibliotecas acumuló una ingente cantidad de datos, que cuidadosamente clasificados y fichados -tarea tediosa si las hay- le hizo concebir un gran proyecto que fue el escribir cinco tomos con las biografías de unos 200 caciques y capitanejos de nuestra zona sur. Obra monumental, jamás superada y citada por todos los que escribieron después. Como un subproducto de estos trabajos publicó una guía bibliográfica en dos tomos que registra unos seis mil títulos de libros y seiscientos mapas; ayuda inestimable para orientar al lector. Otros libros y multitud de artículos sobre temas afines completaron una frondosa bibliografía.
Además, se ocupó por rescatar y dar a conocer textos de terceros, ignorados o de difícil acceso, y los editó con cuidado y sapiencia. Vieron luz las memorias de Electo Urquizu, pulpero entre los indios y luego fundador de Los Toldos; las de Santiago Avendaño, cautivo de los ranqueles (en dos tomos), y los diarios del padre Salvaire, gestor de rescate de cautivos, y de Claraz, explorador suizo. También organizó en el mismo monasterio un Museo del Indio, que reúne piezas de gran valor. Su simpatía estuvo siempre de lado del indio, pero fue una simpatía acotada por la veracidad y el sentido común.
Por motivos de fuerza mayor y ajenos a mi voluntad, durante cuatro o cinco años no pude concurrir al monasterio y visitar a mi amigo, pero seguimos en contacto por teléfono o mail. Así supe de la declinación de su salud y su imposibilidad de viajar a Buenos Aires, pero en octubre del año pasado yo pude volver a Los Toldos. Me recibió con una sonrisa y un abrazo. Disminuido físicamente, lo encontré fuerte y con su calidez y razonamientos intactos. La impresión fue de una gran paz. Hablamos mucho pese a su voz baja y débil y a mis oídos duros. Estuvimos realmente a gusto.
En los meses siguientes fui recibiendo noticias de él, todas preocupantes, hasta que a principio de noviembre me informaron de su fallecimiento. Meinrado Hux tuvo una vida de contrastes, nació en un alto valle alpino, en un paisaje de tarjeta postal delicioso, pero vivió y adoptó la pampa sin límites, la de las heladas y los solazos; de los pamperos y las polvaredas. Su vida estuvo centrada en la adoración y el servicio de Dios, pero tuvo con la tierra una relación vigorosa. De él bien puede decirse: "Vivió con la mirada en el cielo pero no en las nubes y los pies en la tierra pero no en el barro"..
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