Desde 2001 impulsó en el barrio San Antonio el comedor comunitario "Hermana Concepción" que con el tiempo fue creciendo, con el apoyo de la Asociación "A tiempo", además de ser sede de la Casita del Saber impulsada por él municipio y UNNOBA. Desde 2018 también funciona un jardín maternal municipal.
Mucho antes de que todo el mundo la conociera como Betty Melcon, Beatriz Miranda nacía como fruto del matrimonio de un ferroviario y una ama de casa, que vivían en al barrio Las Morochas, de Junín.
Según dice, “desgraciadamente” es hija única: “Yo siempre digo que los hijos únicos siempre andamos buscando un hermano porque uno no conoce el amor fraternal. Cuando alguien dice ‘lo quiero como a un hermano’, uno no sabe qué es, exactamente”.
Hizo la primaria en el Normal y el secundario en el Comercial, y recuerda que por aquellos años “era muy vaga, muy rebelde”.
Cuando terminó el secundario, sus padres no podían pagarle una carrera fuera de la ciudad, por lo que se puso a trabajar. Fue empleada administrativa en el Club Automoto, después estuvo en un frigorífico, hasta que, con poco más de 20 años, se fue a Buenos Aires, donde trabajó en una obra social.
Allá permaneció ocho años y volvió cuando se casó.
De regreso
Cuando regresó a Junín, se fue a vivir con su marido a una quinta en lo que hoy es el barrio Camino del Resero Norte. En aquel entonces, ese lugar “era un páramo”, de acuerdo a como lo define Betty, ya que solamente vivían algunas familias, como los Marchetto, los Platone, o los Brícola.
“Nadie de mis conocidos creía que yo podía vivir en un lugar como este -cuenta Betty- porque era todo campo, pero lo cierto es que a mí siempre me gustó el campo: cuando yo era chica siempre dibujaba una casa como la que tengo, con una entrada como la que hay acá rodeada de árboles, siempre hacía el mismo dibujo, y cuando Gonzalo (su marido) compró la quinta y me trajo para verla, a ver si me gustaba, ¡resulta que era el dibujo que yo había hecho siempre!”
Allí se dedicó por completo a su casa, su familia y sus hijos, hasta que éstos se fueron estudiar: una en el año 2000 y el otro en el 2001.
Allí comenzó una nueva etapa en la vida de Betty: la del comedor comunitario “Hermana Concepción”.
Inicios del comedor
“A mí nunca se me había ocurrido que yo podía hacer una cosa así, hasta entonces mi vida era mi familia”, resume Betty.
Pero la historia comenzó a principios de este siglo. De a poco empezaron a construirse algunas casitas en la zona donde hoy está el comedor, sobre avenida República, entre la Ruta 188 y Camino del Resero. En ese entonces, esa zona formaba parte del camino obligado de Betty cada vez que salía o entraba a su casa.
Los chicos la saludaban, ella retribuía el saludo, por ahí se quedaba conversando con la gente del lugar y les conseguía algún medicamento que necesitaban, gracias a que su marido es médico.
Un día, una señora del barrio le comentó que iba a poner un comedor en el que le iba a dar de comer a los chicos los sábados y domingos. El emprendimiento contaba con el apoyo de un político de Junín.
“Arrancó con unos 15 chicos -reseña Betty- y le traían, por ejemplo, los fideos caseros hechos un martes, para que se los diera a los chicos el sábado, entonces, para que no se les pusieran feos, yo se los empecé a guardar en mi freezer y el sábado se los llevaba. Un día le llevé también un kilo de masas para los chicos, otro día le dimos un lechón, pero nunca me bajaba del auto, le daba las cosas y me iba”.
Hasta que el político que le ayudaba, retiró su apoyo. Ahí fue cuando Betty tomó cartas en el asunto y decidió colaborar: “Llamé a un grupo de amigos y les propuse que todos los viernes me compraran carne, cebollas, fideos, y demás y yo los retiraba casa por casa, para después preparar la comida y llevársela a los chicos. Enseguida me dijeron todos que sí, y así empecé”.
Al principio llevaba la comida hecha y se iba, pero de a poco empezó a quedarse.
La cantidad de chicos fue creciendo, entonces propuso a la gente que colaboraba con ella que, en vez de darle mercadería, le dieran plata (“algo así como ocho o diez pesos”), para que ella fuera comprando de acuerdo a lo que necesitaba. Es decir que, ahora, todos los viernes iba casa por casa recolectando ese dinero, para luego hacer las compras y cocinar.
Por entonces. A los chicos se les daba de comer en una casa muy humilde del barrio y en verano se reunían debajo de unas plantas.
Más tarde, sumaron la merienda diaria para los chicos, “porque la mayoría iba a la Escuela N° 4, entonces el micro los dejaba en la esquina, ellos bajaban, tomaban la merienda y después se iban a sus casas”.
Justo “A Tiempo”
Cada vez más comprometida con esta iniciativa, el objetivo de Betty era “que los chicos tuviesen un lugar digno”, entonces hizo una promesa: si conseguía un lugar donde instalar el comedor, le pondría el nombre de Hermana Concepción, en homenaje a una hermana de su suegra, Concepción Rodríguez, que fue una monja beatificada por Juan Pablo II.
Entre finales de 2001 y comienzos de 2002, en momentos de la crisis económico social que derivó en la caída del entonces presidente Fernando de la Rúa, Betty había conseguido el dinero para comprar el terreno, pero no lo podía escriturar a su nombre. Y fue justo en ese momento cuando la invitaron a formar parte de la asociación “A Tiempo”, una organización de ayuda social.
“Así fue como escrituramos a nombre de la asociación -relata-, y fue una cosa milagrosa porque, una vez escriturado, inmediatamente se empezó a hablar de la construcción”.
En el lote ubicado en Camino del Resero, casi Avenida República, primero construyeron el comedor, después hicieron una ampliación, más tarde una sala de computación, un consultorio médico odontológico y demás.
“De a poco fuimos incorporando otros servicios”, dice Betty entusiasmada, y amplía: “La Unnoba y Bienestar Social del Municipio nos propusieron hacer la Casita del Saber que es, básicamente, una ludoteca donde los chicos vienen a jugar y aprender, tiene turnos mañana y tarde con maestras jardineras, y se desarrollan actividades como computación, inglés, plástica, música, gimnasia, baile, hip hop. Después, el consultorio médico odontológico fue una iniciativa de la asociación “A Tiempo”, lo armamos nosotros, el médico es Marcos Jaureguizar, que viene ad honorem, y a la odontóloga le paga Bienestar Social”.
Asimismo, la asociación “A Tiempo” costea el transporte de los chicos que van a la Escuela N° 4 y les proporcionan útiles escolares, y dan ropa, muebles y todo tipo de elementos que reciben como donaciones.
Betty y el comedor
Actualmente (al momento de la nota publicada por el diario Democracia, el 10 de febrero de 2013), hay unos 180 chicos inscriptos en el comedor, aunque sólo se junta esa cantidad en eventos especiales: Día del Niño, Navidad, Reyes. Pero en general, de lunes a viernes toman la merienda alrededor de 50 chicos y los sábados y domingos almuerzan poco más de un centenar, en promedio.
Además de la presencia permanente de Betty y su amiga Alba Andrada, en el comedor hay tres cocineras que trabajan los sábados y otras tres jóvenes voluntarias, que algunos años atrás, cuando eran chicas, iban al comedor.
“Nosotros, en este momento, después de 13 o 14 años, estamos teniendo la segunda generación de chicos a los que les damos de comer: vienen los hijos de los chicos con los que yo empecé”, cuenta Betty, un tanto alarmada, para luego puntualizar: “A mí me da una tristeza terrible porque uno ve que cada vez vienen más chicos. El comedor es un termómetro de lo que pasa en el país, que no falla nunca. Yo le fui anticipando a mi marido todas las crisis, porque uno ve en qué condiciones llegan los chicos, cómo comen, empiezan a venir las mamás, y ahí uno se da cuenta de que algo está pasando”.
Sin embargo, a pesar de las dificultades, nunca se cansó de su tarea solidaria. “Yo no podría dejar de hacer este trabajo, estoy muy comprometida con esto”.
Con todo, aclara que el emprendimiento, que tiene su esfuerzo personal como bandera, no podría hacerse si no fuera por el aporte de tantos otros. “Quiero remarcar que esto es obra de mucha gente que está en la asociación “A Tiempo” y trabaja muchísimo”, señala.
Además del aporte de la ciudadanía: “La gente es solidaria. A veces se pone un poco más difícil, pero la gente ve dónde va lo que dona, yo siempre pido que vengan a ver lo lindo que está, y los que vienen se asombran cuando ven esta obra”.
Balance
A la hora de hacer un repaso de lo hecho, Betty Melcon reconoce que lo que sucedió con el comedor “superó las expectativas” que ella tenía en un principio, aunque lamenta que ese espacio deba cumplir esa función: “Yo siempre les digo a las mamás que mi deseo es que no tengamos que usar este lugar para darle de comer a los chicos, me gustaría que el comedor no esté más y en su lugar funcione un jardín maternal de manera que todas ellas pudiesen salir a trabajar y dejar a sus hijos. Pero creo que estamos muy lejos de eso”.
Sin embargo, y a pesar de las dificultades, asevera que está “muy feliz” con todo lo hecho. “Si tuviera que volver a repetir esto, lo vuelvo a hacer -advierte-, no tengo ninguna duda; ojalá que Dios me dé vida para seguir haciendo esto, para que siga creciendo y ojalá no tenga que darle más de comer a estos chicos y que esto se convierta en otra cosa”.
(Fuente: Diario Democracia)
EL JARDIN
En 2018 comenzó a funcionar en el lugar un jardín maternal dependiente de la Municipalidad de Junín. La puesta en marcha del jardín se concretó gracias a un convenio firmado por el Gobierno de Junín y la Asociación “A tiempo”, que hizo posible que más de 25 chicos de entre 45 días y dos años tengan hoy un espacio de contención y educación.
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