HISTORIAS MITICAS DE JUNIN: El túnel de Garibaldi II

Por Rody Moirón
Para La Máquina del Tiempo

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De las expediciones que investigaron el túnel de calle Garibaldi, la que pasó a la historia con un reconocimiento casi eterno fue la “Conferencia XI”. Sus tres integrantes, el almirante Nelson Costra, su segundo Aldo Buzzi –un alférez de la guardia costera de la laguna de Gómez- y el observador designado Miguel Machete –payador urbano de la sociedad Ugandesa de auxilios recíprocos - figuran entre los más destacados héroes locales.
Costra, Buzzi y Machete, ni bien salieron del túnel, fueron recibidos con una lluvia de confeti y llevados a un enorme festejo en la explanada del Colegio Nacional, en el que tocó la banda del Grupo de Alfarería 101 de la Escuela de Arte Xul Solar. Además el intendente, junto a todos los integrantes del Honorable Concejo Deliberante,  los condecoraron con la medalla de honor “Francisco Melatini”.
Sesenta años más tarde el evento fue recordado por la, ya desaparecida, revista “Hebdomadario”. En la misma también se publicó la bitácora de viaje de Miguel Machete, que transcribo a continuación:
-Día primero: nos internamos en el túnel. Atrás se está quedando, callado y tenue, el brillo creciente del amanecer, mientras la oscuridad de este laberinto aterrador y desrizado nos envuelve.
Se escuchan un montón de ruidos que amenazan tronantes. El almirante dice que no nos preocupemos, que son sonidos externos. Pero yo creo que es ese basilisco de porquería y tengo un cagazo bárbaro.
A mitad de jornada nos pasaron alimentos: dieciocho pirotines y dos latas de picadillo de carne. Creo que Buzzi me acostó, porque él era quien untaba y me tocaron tan solo cinco.
A poco de retomar el camino nos encontramos con escollos inesperados: tanto colgando del techo, como aflorando del piso, un enjambre de estalactitas y estalagmitas nos obligaron a caminar realizando movimientos sensuales. El almirante trató de infundirnos ánimos cantando, pero no logró que avanzáramos mucho. Para colmo de males la hora de la cena nos encontró más cerca de la boca de tormenta anterior que de la próxima, por lo que Costra ordenó que regresáramos.
Para comer nos reaprovisionaron con tres porciones de ravioles por lo que Buzzi debió, solamente, conformarse con su plato. Pero mientras estábamos por dormirnos lo vi lamer los dos restantes.
El almirante pidió que nos pasaran protectores de telgopor para embalaje de heladeras, y cinta adhesiva ancha.
Logramos dormirnos a pesar de que el calor y la humedad eran bastante agobiantes.
-Día segundo: nos levantamos temprano. O eso supongo, no tengo real noción de qué hora es. Ya nos habían advertido los científicos que el aislamiento en la caverna nos podría provocar esa desorientación temporal llamada “cave lag”.
El almirante nos ordenó que nos recubriéramos con las protecciones de telgopor y las uniéramos con la cinta.
Las improvisadas armaduras nos protegieron de las acículas de piedra, aunque no fueron muy resistentes. Por suerte la zona de estalactitas y estalagmitas terminó justo cuando las protecciones estaban casi totalmente destruidas.
Lo que acabamos de encontrar no es menos inhóspito que lo anterior. Toda la superficie del túnel está cubierta por musgos y hongos de sombrero que la vuelve extremadamente resbalosa. Patinamos constantemente y nos caemos.
El almirante intentó improvisar unos trineos, pero avanzamos pendiente arriba, por lo que cada dos metros para adelante retrocedemos tres.
Fundidos y exhaustos no se nos ocurre más nada.
Costra ordena que pernoctemos acá, sin cenar, por no haber podido llegar a la boca de reabastecimiento.
Buzzi se muerde los codos.
-Día tercero: logramos llegar a la boca de tormenta de calle Aparicio.
Tuvimos que esperar unas horas para que el equipo de exteriores pudieran cumplir con un pedido que les realizó el almirante: tres largos pares de esquíes de fondo con sus correspondientes bastones.
Yo no sé esquiar, pero con un poco de voluntad logré avanzar sin resbalarme, al igual que mis compañeros.
Al llegar a la altura de la calle Coronel Suárez los musgos y hongos prácticamente han desaparecido por lo que los esquíes comenzaron a lanzar chispas.
Al provocar lo que en la profunda oscuridad del túnel se veía como refulgentes fogonazos el almirante nos ordenó que nos quitáramos los esquíes y que nos detuviéramos porque más adelante notamos un tenue brillo rojizo que se movía de un lado al otro.
Permanecimos expectantes vigilando si el extraño punto de luz se acercaba hacia nosotros. No sucedió, al rato desapareció en la tiniebla negra que hacía que el túnel no se manifestara ni en paredes ni en hueco.
El almirante ordenó que avanzáramos nuevamente dejando los esquíes y bastones que utilizaríamos al regresar.
Espero que esa luz no sea el basilisco de porquería ese. Prefiero que sea el caballo de Yanquelén. Tengo, otra vez, un cagazo bárbaro.
Llegamos a la esquina con 12 de Octubre y recibimos una sorpresa desagradable. Solamente hay una boca de tormenta, en la vereda SO, y está totalmente tapada por una amalgama negra e informe de pelotitas de paleta. No pudimos destaparla por lo que tampoco recibimos reaprovisionamiento. Pasaremos otra noche sin comer.
Come hecho positivo menciono que entre la goma de las pelotitas encontramos, perfectamente conservado, un ejemplar de la primera edición del Martín Fierro de José Hernández, con una dedicatoria del propio autor. Al almirante lo emocionó el hallazgo y guardó el libro, con mucho cuidado, entre sus pertenencias.
El hambre se hizo presente manifestándose, en el silencio que retumbaba en la cueva, con un concierto de los triperíos.
Machete hizo una sugerencia sobre algo que había visto una cuadra y media atrás: en una rejilla, entre las calles Aparicio y Coronel Suárez. Vio hamburguesas y chorizos. Él afirma que algunos estaban podridos, pero otros aún se podían comer.
Regresamos y comprobamos que Miguel tiene razón.
Improvisamos un fuego con hojas de plátanos secas, algunas ramitas que logramos hallar y papeles de diarios algo húmedos. Pero no alcanzó. Por suerte teníamos el Martín Fierro y pudimos cocinarlos.
-Día cuarto: Avanzamos con gran premura ya que el terreno, ahora, no nos presenta grandes escollos.
Al pasar por la boca de tormenta tapada por las pelotitas el almirante dijo:
“Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una hambre extraordinaria
como el ave solitaria
come hasta una media suela”.
Al llegar a la esquina de calle Arias encontramos un escollo inesperado, el paso estaba interrumpido por una malla metálica que nos resultó imposible romper.
Costra dice que necesitamos herramientas por lo que decidió que iría a la boca anterior a solicitarlas. Para que ayudara en su transporte le pidió a Machete que lo acompañase. Miguel aceptó de buen grado, sospecho que lo hizo porque volverían a la zona de las hamburguesas y chorizos.
Me dejaron solo.
Es de noche, supongo. Veo solo tinieblas salvo esa lucecita rojiza que aparece cada tanto.
Ahora hay algo aterrador. De vez en cuando retumba una especie de rugido.
¡Tengo un cagazo bárbaro!
¿Cuándo volverán el almirante y Machete?
-Día quinto: sospecho que dormí mucho.
Me despertaron el almirante y Miguel, quienes traían un arsenal de herramientas.
En poco más de dos horas logramos abrir la malla y seguimos avanzando.
Volvimos a ver la pequeña luz, pero esta vez con el tamaño mayor que confiere la cercanía.
A poco de acercarnos más escuchamos una voz que dijo:
- ¿Quién anda ahí?- y lanzó un grueso eructo.
Era el Flaco Áscaris que estaba parado junto a una rejilla de la que chorreaba un denso tuco.
Nos contó que logró sobrevivir porque se alimentó con él, aunque lo repetía. Y que unos cigarrillos que le habían quedado le calmaban los nervios.
Ante algunas preguntas del almirante respondió que no había visto basilisco ni caballo engualichado alguno. Que solamente notó que algunas sardinas que nadaban corriente arriba, para desovar, al tomar contacto con el tuco perecían inmediatamente.
Costra hizo una prueba para la que había estado preparado: volcó unas gotas de la salsa sobre unos alevinos de rana toro que había llevado, comprobando que el infame estofado era la fuente de toxicidad que mataba los peces del Salado.
El regreso fue más rápido que lo esperado. Al caminar pendiente abajo logramos un buen ritmo de avance. Además, cuando nos colocamos los esquíes, adquirimos una velocidad de slalom impensada por lo que, con el Flaco a cococho del almirante, atravesamos la zona de estalactitas y estalagmitas destrozándolas.
Al salir nos esperaba una muchedumbre. 



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